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miércoles, 6 de febrero de 2008

COLOMBIA AMARGA

El pueblo que la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) pretendió representar en algún instante de su violenta historia fue el mismo que contra ella marchó multitudinariamente; y no sólo en Colombia, sino en más de cien ciudades del orbe. El resquicio de favorabilidad que pudo haber recabado frente a la opinión pública con la marcha quedó anulado y las facciones nórdicas que la apoyan tuvieron que entender a gritos que no representan a ningún pueblo y que su causa (si alguna vez tuvieron alguna) con sus actos de flegrante terrorismo y abiertamente inhumanos se ha desvirtuado, se ha deslegitimado, y tal deslegitimación les pasa factura pidiendo su disolución. Como usualmente lo hacen (y se hace extraño que a esta hora no hayan emitido un comunicado) tratarán de invalidar la marcha aduciendo que las oligarquias y las clases dirigentes fueron quienes las propulsaron, lo cual es tan risible e ingenuo como querer ocultar el sol con un dedo. Quedó claro que la convocatoria fue una iniciativa preponderantemente ciudadana y en ella llegaron a confluir sin distingos ricos y pobres, cultos e iletrados, porque una misma tragedia y un mismo clamor los fraternizó por tres horas.
En alguna época de mi vida intenté comprender su causa, aún cuando no se ocuparon en explicarla. Quise entender su ideología aún cuando sólo se interesaron en reclutar borregos que engrosaran las primeras filas de la escolta personal del secretariado en vez de ganar adeptos con la suiciente convicción de empuñar un fusil, pero mis románticas intenciones, gracias a la crueldad de su trato con los "prisioneros de guerra" (soldados y policías apresados en hostiles emboscadas a pueblos y unidades militares que ya llevan luengos años internados en la selva húmeda) , a la sevicia de sus actos innegablemente terroristas (donde uno no alcanza a concebir qué ideología o que causa justifique dinamitar un CAI usando a un burro o atacar con pipetas de gas una iglesia ocupada por mil persones que buscaban en medio del fuego cruzado salvar sus vidas, quizá pensando con las mejores razones del mundo que incluso el más temerario respetara la casa de Dios, como fue la masacre perpetrada años atrás en Bojayá) y a la renuencia estúpida que han demostrado al ignorar las reclamaciones casi agónicas de las otras víctimas del conflicto, como lo son los familiares de los secuestrados, fueron de tajo frustradas y me arrastraron al río humano que hiy por hoy, cada vez con mayor fuerza, al unísono grita NO MAS FARC.
En mis veinticinco años no he escuchado que Colombia haya vivido un solo día, al menos uno, sin la necesidad de empuñar un arma. Incluso las fiestas religiosas y las ceremonias de mayor pompa que señala el calendario son susceptibles de ser signadas por la metralla y por la dinamita. No ha habido un sólo día de pax romana porque las FARC nos enseñó -y recuérdese el fallido proceso de paz con Pastrana- a negociar en medio del fuego. No mesorprende que no tengan voluntad de paz, como acaso era deble en el M-19 hace unas décadas, lo que me sorprende es que se crea que la tienen. Las FARC fueron fundadas por Marulanda, que a su vez es un rédito de las guerras de mediados de siglo entre godos y rojos y, por tanto, un funesto producto de nuestra particular historia plagada de dislates políticos. Por eso me sorprende, también. que haya quienes crean que con un hombre así se pueda llegar a algún acuerdo moderadamente decente, como en su momento con Carlos Pizarro se pudo hacer. En mis veinticinco años, temo, la solución final al conflicto armado es la vía militar, derrotar a las FARC hombre a hambre, con todo y sus costos humanos. Y en esta afirmación vacila mi pluma, incluso tiembla. Y llego a esa conclusión porque ví, mientras el teatro propagandístico del Caguan era seguido por millones de televidentes de todo el mundo, a Raúl Rayes poner el fusil en la mesa de negociaciones y oí al Mono Jojoy decir en la misma plenaria que mientras tuvieran ese fusil las FARC existirían porque el poser lo tenía el que tenía las armas.
Y al auscultar tal probabilidad me es difícil no identificarme con el familiar del secuestrado, que seguramente ha sufrido una y mil pesadillas. Somos paradójicos: queremos y no queremos. Queremos erradicar la mala hierba pero, al considerar los medios, de súbito no queremos. Es claro que el fin nunca justificará los medios, por eso preferimos marcha y clamar por una solución pacífica al conflicto, así para ello nos renunciemos a esperar que pase la generación de Marulanda y del secretariado y luego, por alguna ventura divina o por algún afortunado tirar de dados de jugadores divinos, a la cúpula de la guerrilla más antigua del planeta llegue alguno menos cruel, menos sanguinario y algo civilizado con el que se pueda entender en términos humanos...