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martes, 4 de marzo de 2008

PERIODISMO PONTIFICAL

Sin duda, la muerte de Raúl Reyes (aunque no es grato y poco saludable ufanarse de la muerte, así sea de un personaje de tan infame legado) ha sido la mejor noticia de los últimos días. Se siente que por fín el Estado colombiano es contundente con ese cáncer que por más de medio siglo ha carcomido el tejido social de la patria y uno alcanza a vislumbrar una especie de victoria, así el vecindario esté efervescente. La mayor parte de la historia colombiana se ha escrito con las armas en la mano, una vez con la espada, otra con carabinas y rifles de las guerras civiles del siglo XIX, la más reciente con M 16, Galil y AK 47 y esa actitud bélica con que Colombia nació commo república nos pasa hoy factura de cobro. Y los costos son, según lo vemos en los últimos cincuenta años, demencialmente altísimos.
Pero ni el pasado convulso de nuestros orígenes ni el baño de sangre de nuestra actualidad autoriza al periodismo a pontificar sobre las noticias que nos transmite: Juan Raberto Vargas, desde su empleo en Caracol Noticias, le agregó al hecho de la baja del guerrillero cuanto epíteto descalificador que encontró a la mano en su escritorio saliéndose así de su ámbito periodístico para pasar al no menos azaroso territorio de los juicios. Adjetivos como siniestro y cruel -sólo por mencionar los que una mente poco instruida en el arte del memorizar alberga- afloraron de sus labios tan natural y espontáneo como el registro de una nota farandulesca o un hecho fortuito. Desde las pantalles y aprovechando la alta audiencia que seguramente a esa hora de la mañana el canal gozaba, se erigió como predicador televisivo creyendo ingenuamente que representaba con sus sentencias a millones de colombianos y arrogándose altivamente el título de fiscal. No es que yo simpatice con la guerrilla (como algunos malintencionados puedan erradamente interpretar este artículo) ni que Juan Roberto Vargas esté equivocado: cada una de sus palabras evidentemente son ciertas, si atendemos el prontuario terrorista del difunto. La cuestión está en el escenario en que fueron dichas, para nada conveniente al tratamiento formal e imparcial (sobretodo eso: imparcial) que debe tener la noticia. Es temerario, incluso peligroso, tratocar de esa forma los oficios y las acciones: nada puede permitir a un periodista la alta responsabilidad de las acusaciones sin salirse de los estrictos límites del oficio informativo.
¿Hasta dónde llega el periodista sin dejar de ser periodista? ¿Hasta dónde le es lícito opinar en la noticia que está presentando, si es lícita tal opinión cualquiera que sea su contenido o su veracidad en los estatutos de la facultad? ¿Dónde quedó el principio de imparcialidad que debe primar en el periodismo y por qué no lo defienden tanto como la libertad de prensa? ¿Cuándo, en qué momento, se le permitió a los periodistas esa sobreagregación de tintes seudomorales y seudocívicos que en ocasiones velan sus noticias? Y otra pregunta aún más inquietante: ¿son los periodistas los que forman ese fenómeno social al que se ha dado por nombre opinión pública? Es curioso: cuando Marta Lucía Fernández presenta noticias relacionadas con la familia o con los niños, cuando nos informa sobre maltrato infantil o violaciones o cualquier otra vejación a la que es sometido un menor, no habla ya como periodista, sino como madre. Y ese tono, a pesar suyo, se le sale por los poros, le es irreprimible a tal grado de convencernos de lo vil e inhumano y al unísono condenamos y somos verdugos. Y no solamente a ella le ocurre la confusión de roles. Es una tendencia que entre presentadores tentadoramente se pone de moda. Es difícil, en Caracil Noticias concretamente, trazar la línea divisoria entre comunicar y comentar. Es preocupante, en ese orden de ideas, la noticia viciada: la que se presenta al público con un tratamiento previo, la que no conduce ya a informar, sino a formar, a encasillar al informado, a arrearlo a uno u otro bando; la que desde su origen tiene una intención o postula una determinada posición, sea esta de índole religiosa, moral o ideológica. Es preocupante que se tomen los espacios noticiosos como púlpito y se dediquen sutilmente a condenar o apoyar; que se dediquen, en suma, a pontificar.
Hoy, por suerte, hablan con la anuencia de todos acerca de una realidad difícilmente falseable: en este teatro, los grupos armados ilegales son antagonistas y nuestro gobierno es el adalid, el héroe trágico. Por suerte Uribe goza de pleno respaldo par parte de los empresarios, los industriales y los banqueros. Es una buena hora, por suerte, para el país. Pero mañana... Mañana puede no ser así. Mañana podemos tener el cristo de espaldas y no caerle bien a los gremios económicos, a los dueños de los medios de comunicación, al poder detrás del poder, es decir, al verdadero poder. Y eso es lo preocupante: que un puñado de periodistas detenten el título de educadores de la opinión pública, que ese Estado pontificio de los medios informativos no comulgue con gobiernos futuros y se dediquen, como lo hace el Polo Democrático, a legitimar su papel por la oposición. "Las gentes, las muchedumbres, en una palabra, el pueblo, es un colosal gigante de mil cabezas, pero sin cerebro" ha dicho no sé quién, pero ha dicho bien. Lo preocupanmte -y es el motivo de aterradoras pesadillas- es quién aleccione ese cerebro vacío...