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miércoles, 26 de octubre de 2011

EL CASO GARCÍA MÁRQUEZ (O DE LA BIENAVENTURANZA NO QUERIDA)

PARTE II

EL CUENTO EN LA PAPELERA

¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a botar a la papelera un cuento bien escrito? Estoy seguro que nadie, sobretodo si se considera qué es tener un cuento bien escrito. En mi caso, he perdido una tesis sobre el ateísmo contemporáneo y una pequeña biblioteca de fantasía épica que escribí desde los nueve años hasta los quince. Feliz pérdida, digo hoy, aunque en su momento fuera la mitad de mi vida. Y más recientemente, por un accidente con mi computador, se perdió el archivo de mi primera novela corregida y revisada, lista para participar en el concurso nacional de novela del Instituto de Cultura. Con el archivo se perdió un año de correcciones y dos de escritura, aunque pude recuperar el primer borrador impreso de la misma gracias a un amigo que supo guardarlo. Sin embargo, a ese borrador le falta un capítulo, que me costó seis meses de elaboración y, para recuperarlo, tengo que enfangarme en los cuadernos viejos que lo tienen tachado. Una gran pérdida, pero recuperable, me dijo con intención de animarme. Recuperable, le dije, pero luego de otro año de volver a empezar...

En sus inicios Gabo no tuvo la misma compasión con sus escritos. En los hechos del nueve de Abril, la pensión donde se hospedaba fue devorada por el fuego del Bogotazo, quemándose el trabajo que hasta ese momento tenía en su gaveta. "Menos mal se quemaron" declaró hilarante en una entrevista casi treinta años después, pero el tema de este artículo no es esa quema aséptica que nos privó de sus escritos de juventud (circunstancia frente a la cual uno no puede hacer gran cosa) sino aquella curiosa anécdota que nadie refiere por lo fantástica que resulta y hoy, pasados los años, se tiene que creer porque le sucedió precisamente a él, al hombre capaz de imaginar lo inimaginable y de hacer lo impensable. Quizá algunos ya la conozcan. Yo la leí en algún lado - no preciso dónde - y es ilustrativa del trabajo y el rigor que el nobel luce en todos sus escritos. Trabajaba en los cuentos que conformarían el libro Ojos de perro azul. Cuenta que lo visitó Aurelio Arturo (quien tiempo después sería uno de los poetas de Piedra y Cielo) y le pidió un escrito para publicar. Por alguna razón Gabo se excusó, aunque tenía bastante material. Arturo no se dio por vencido e insistió, teniendo la misma negativa de Gabo. Y este es el punto al que me interesa llegar: Arturo se fijó en la papelera que Gabo tenía junto a su escritorio y vio una carpeta con papeles grapados. Era el capítulo final de La hojarasca, le dijo el nobel sin prestar mayor atención, pero después de revisarlo no cabe. Arturo ya estaba leyendo el documento. ¿Y de qué trata? Le preguntó con un bolígrafo en la mano. Es sobre Isabel viendo llover en Macondo, le respondió. Le explicó que no pudo incluirlo porque sobraba, pero Arturo anotó la frase en el borde del documento y salió diciendo: "Esto puede servir". la sorpresa de Gabo fue enorme cuando vio publicado su capítulo como cuento bajo el título que él desprevenidamente le había puesto...

Lo repito: al principio me costó creerlo. Yo no soy capaz de botar a la basura un escrito: la prueba es que estoy corrigiendo cuentos escritos hace diez años para publicarlos en mi página web y en las tres redes sociales literarias en las que me registré sólo con el propósito de divulgarlos y no dejarlos en el olvido. Aunque las críticas están divididas y hay quien los encuentre anacrónicos y barrocos, lo que me interesa es hacerlos digeribles, presentables y limpios para que éstos encuentren a sus lectores, simplemente. Al contrario, Gabo lanzó a la papelera quizá uno de sus mejores cuentos y que ni siquiera la crítica más asertiva sobre su obra se ha fijado. El escrito que Arturo salvó de la papelera pasó a conformar, tiempo después, su primer libro de cuentos. Quienes han leído al nobel con atención advertirán que años más tarde Isabel y Macondo serían pieza esencial de Cien años de soledad, de lo cual es lícito deducir que ese texto fue precursor de la Obra Maestra. Y Gabo lo desechó. ¿Qué nos enseña a nosotros? La frase es suya: "Un escritor no se conoce tanto por lo que escribe como por lo que desecha". Hoy día me debato en esa perspectiva: hay cosas que considero buenas, que tiene potencial, pero debo desecharlas precisamente por ese germen que las hace valiosas, para que puedan ser lo que deben ser en un escrito de mayores proporciones. Ejemplos hay bastantes: el detective de Poe inspiró a Conan Doyle para su Sherloc Holmes. Particularmente en las redes he leído textos que, con un adecuado tratamiento, podrían ser prometedoras, pero debido a la premura de sus autores les cortan las alas y los publican recibiendo uno que otro elogio. También es cierto que un escrito denso puede sintetizarse incluso en algunas líneas -y, en este sentido, Gabo tiene otra historia asombrosa- pero esto ya es tema del siguiente artículo.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL CASO GARCÍA MÁRQUEZ (O DE LA BIENAVENTURANZA NO QUERIDA)

PARTE I

LA ESPERANZA DE LLEGAR A NINGUNA PARTE

Sobre Gabo se ha escrito bastante y por plumas con mayor autoridad que yo, de manera que cualquier nota que lo nombre o por lo menos lo aluda implica redundar o apologizar innecesariamente. Para un escritor que ha alcanzado la gloria y pueda decir que dejar de escribir no le ha cambiado la vida, lo que se diga o se deje de decir ni le quita ni le pone al enorme monumento que constituye su obra. Para nuestro propósito, esta serie de artículos pretende comentar esa actitud exótica y poco vista con la que el nobel encaró su arte personal y de la cual adolecen nuestros prospectos actuales, que es el aprender a renunciar.

Aprender a renunciar en mis palabras, o aprender a morir a sí mismo. A no esperar nada, a desatender a los reclamos del ego, a descender a las tinieblas de la soledad y transitar por las riberas desoladas de la incertidumbre, a asomarse a los abismos del anonimato sin sentir el vértigo de la depresión pisándonos el calcañar; a caminar por las sendas de los muertos y experimentar en la carne el escalofrío de una existencia desperdiciada en aras de un Ideal artístico, de una ambición personal. Solamente quien lo ha vivido puede confesarlo. Y es en esta perspectiva en que sitúo a uno de nuestros más caros arquetipos porque -como él mismo lo declaró en alguna entrevista- todos quieren ser el Gabriel García Márquez de hoy, el homenajeado, celebrado y galardonado, pero nadie quiere ser aquel hijo del telegrafista de Aracataca que tuvo que venir a congelarse en la nevera bogotana para estudiar Derecho y descubrir que lo único que quería hacer era escribir no para consagrarse en la literatura universal, sino simplemente para que sus amigos lo quisieran más.

He ahí al escritor. Alguien dijo que entre más universal se quisiera ser, más provinciano se tendría que escribir. Ante la hoja en blanco caen desmirriadas las aspiraciones a la fama como las promesas de riqueza. Víctor López Rache: "Tener fe en el arte de la creación es desobedecer en silencio y partir con la esperanza de llegar a ninguna parte". Llegar a ninguna parte. Si esa fuera la premisa de la Literatura, si se colgara este letrero en las puertas de las facultades de arte como los griegos grababan en piedras el nosce te ipsum que sacudió a Sócrates, ¿cuántos literatos y profesores de literatura tendríamos? O mejor, ¿cuántos se decidirían por las Letras? Pero volvamos a Gabo: escribir bien para que sus amigos lo quieran más. Esa era su mayor aspiración y su radical lucha. Y me consta su sinceridad: La tercera resignación, su primer cuento, está apuñalado por el deseo de seducir a un círculo cercano. Lo que no previó en su momento es que ese círculo se iría ensanchando hasta trascender las generaciones. Suerte de genios e iluminados. Pero no es necesario el genio: basta simplemente con ser sincero y manejar hábilmente las herramientas de las que se dispone. Nada más se necesita: es propio de aficionados y parapocos montar un andamiaje palabrero para expresar una idea sencilla con el ánimo de pasar por cultos. ¿Lo entienden los escritores actuales? ¿Y los emergentes? Basta con leer una cuartilla para olisquear su procedencia: Taibo II o Cortázar, en cuento. Arte emulador. ¡Cuanto cuesta encontrar su propia voz en una cabeza inundada de ecos magistrales! Nadie está exento de la emulación. Borges alguna vez declaró que la emulación es la etapa primitiva del oficio. Pero hay que pasar al siguiente nivel y no dejarse ahogar por la excesiva reverencia a los maestros. Por eso en ocasiones me sorprende que me pregunten para quién escribo. Nunca he pensado a qué tipo de público deseo llegar: mi fe me dicta que el lector encuentra a su autor. Y escribo lo que quisiera encontrar escrito. Nada más me afana. De nuevo: llegar a ninguna parte zarpando de lo desconocido. Velas desplegadas por el hálito ensoñador de la satisfacción propia, que es el verdadero sustento de la vocación literaria. Como Cristobal Colón, que estuvo dispuesto a ser tragado por el mar asido de una convicción teórica. No le importó caerse en el desbarrancadero del fin del mundo a cambio de probar que tenía razón. Y de tales quimeras también consiste la Literatura. Cuando se comienza a escribir no se piensa ni en aplausos, ovaciones o galardones; mucho menos se piensa en dinero. Se piensa en eso, simplemente: en escribir. Lo demás es accesorio, sofisticaciones ajenas al oficio. La vocación por las Letras no se compra: se escribe con la esperanza de urdir un mundo desde sus cimientos y que éste, por el prodigio exclusivo del arte, aspire a la realidad. Que lo que no es, pueda ser o sea posible. Verosímil. Engañar con elegancia o, como Sergio Ramírez escribe, "mentir con aplomo". Gabo empuñó la pluma con la misma inocencia con que un niño juega a los dados o los cavernícolas arañaban las rocas. Y los trazos agrafados paulatinamente lo sedujeron hasta hacerse uno con él, hasta enamorarlo, hasta que no pudo hacer otra cosa que continuar entintando folios y folios. Partió a ninguna parte y se topó, como Colón, con su América: Macondo.

martes, 13 de septiembre de 2011

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (X)

EL CASO DEL EDITOR (II)

"Esforzaos, oh filisteos, y sed hombres
para que no sirváis a los hebreos
como ellos os han servido a vosotros
¡Sed hombres y pelead!"
( 1 S 4:9)

Y esta es la otra cara de la moneda: el editor y el arte por el cual trabaja. Admiro a las gentes que viven del arte porque su sustento los dignifica en un mundo de mercaderes baratos. Las editoriales pequeñas son un acto de fe: hay que ser quisquilloso y considerar en sus cálculos el impacto económico que un libro puede provocar al balance contable. Me resulta difícil pensar en el editor como hombre de negocios que pueda apreciar una obra de arte. Pero debe serlo: de otro modo, la literatura se habría estancado. La prueba son, precisamente, las editoriales emergentes, aquellas que trabajan al margen de las gigantes. Al pensar como editor comprendo claramente por qué no se publica a un autor novel que no tenga cierta trayectoria en el medio. Un libro es un producto comercial que genera ganancias o pérdidas: se vende o se regala. Y una trayectoria es un salvoconducto que ampara del fracaso. Es por eso que al editor, como sujeto comercial, no se le puede exigir gran cosa.

¿Cómo publicaron los grandes maestros del pasado? Al igual que nosotros hoy tuvieron las mismas dificultades, los mismos tropiezos, sus horas penosas y momentos de desánimo. Pero publicaron y los recordamos en sus obras. ¿Cómo fueron sus inicios? Sostengo que lograr la primera publicación es un antes y un después: como los que han logrado el éxito, este camino tiene sus dichas personales y sus particulares reveses y somos nosotros quienes lo transitamos. Pero hubo -y ese es el punto- quien creyó en su talento; creencia difícil en todos los tiempos. En un mundo atareado, lograr la atención de alguien es darse por bien servido. Es complicado, en este orden de ideas, determinar si tal talento es bueno o no lo es. Wilhem Waetzold: "Cada mano tiene su escritura". Se dice que Vargas Vila solía despedir a cada libro que terminaba con un sentencioso: "Ve, libro mío, libra tus batallas". Muchos otros escribían poco y no publicaban nada. Hay para todos los gustos. Es sabido que un escrito prometedor encontrará alguien que decida publicarlo. Es una promesa santa, un sacramento de nuestra fe artística, pero debe ser realmente bueno.

No me preocupa tanto no encontrar editor como no tener una obra qué presentarle. Una obra es mi esperanza: lo demás son torpes temores de adolescente. Una obra -y los que saben me darán la razón- es la que finalmente dictamina quién será celebrado o simplemente archivado en los anaqueles del olvido. No hay escritores buenos o malos porque todos, de algún modo, dan con sus lectores: eso me lo ha enseñado el mercado editorial actual. Hay lector para todo. En cuanto al escritor, hay quienes en una obra encontraron todo lo que debían decir y quienes se tomaron muchos tomos para llegar al mismo resultado, pero no es más grande el autor de muchos libros que el de sólo uno. Ejemplos sobran: ustedes lo saben. El éxito y el fracaso -lo repito- no son los patrones de nuestras medidas: tales conceptos importan más a los tenderos, a las gentes de la aldea, alas gentes de este mundo. Nuestras pesas y medidas no son las suyas. ¿Cuál es nuestro éxito o fracaso? O lo pregunto en términos humanos: ¿qué determina si fracasamos o tuvimos éxito como artistas? Eso, y no los afanes de celebridad, es lo que en primer lugar debiera preocuparnos. Los senderos del arte son tan impredecibles como los caprichos de la fortuna. Hay que aprender a morir a uno mismo, a desasirse de las etiquetas que a todos importan, para poder mirarse frente al espejo de nuestro talento y juzgarnos como hombres en el sentido pleno y existencial de esta palabra. Por diversos caminos se llegan a las mismas conclusiones...

Aquí termino con una aventura iniciada hace algo más de un año al calor de los conversatorios presididos por la Red Nacional de Talleres Literarios de Bogotá, (RENATA), taller guiado por el escritor y poeta Carlos Castillo Quintero. Volviendo la vista atrás, fue una experiencia enriquecedora: me enseñó a ser más riguroso con el trabajo propio. En cuanto a la pregunta que encabeza esta serie, el artículo siguiente trataría sobre Gabriel García Márquez y se remataría con dos o tres artículos finales sobre las aproximaciones entre dinero y letras, pero la elaboración de los mismos me llevó a reflexiones más complejas que merecen abordar el tema del genio como una serie aparte de la actual. Así es esto: uno realmente no tiene un itinerario fijo. Gabo amerita pensarlo más detenidamente: su historia personal, de vida, es una novela tan grandiosa como las que escribió. Así que los invito a la siguiente serie de artículos sobre episodios de la vida del genio que son ilustrativos en la reflexión dinero/letras.



jueves, 1 de septiembre de 2011

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (IX)

EL CASO DEL EDITOR (I)

El editor es un personaje que apuesta por partida doble. Por un lado, es el responsable directo de la salud literaria de los escasos lectores que aún visitan las librerías; por el otro, es el censor que determina el destino inmediato de un escritor. Arte y dinero estrechan su mano en una oportunidad en la que se gana o se pierde. Para él, la literatura es un negocio a la vez que un oficio. Depende de él, también, hacia qué lado se inclina la balanza. Por lo pronto, en este artículo me dedicaré a sopesar las medidas.

Debemos agradecerle que no se publique tanto como se escribe. Si así fuera, si todo el que escribe pudiera publicar, moriríamos ahogados en un océano de papel mal redactado. El Internet sirve para decantar talentos falseados por la vanidad o la estupidez. Como usuarios suyos, ¡cuántas decepciones no nos llevamos al intentar leer tres líneas medianamente aceptables! En lo personal, me ha pasado con los blogs: aunque sigo muchos, realmente leo dos o tres. soy un lector al que se le cautiva desde las primeras letras y tal seducción es difícil. Pero el editor no puede darse el lujo de ensayar: es su patrimonio el que está en juego. De ahí podría deducirse que la prueba fehaciente del talento es una publicación con todas las de la ley, pero tal conclusión no es exacta. Se trata del público al cual desea dirigirse, que no siempre es legión. Y con el público, el editor que lo provea. Así las cosas, ser rechazado no es el final del camino ni ser publicado asegura un porvenir literario. Esas son etiquetas que interesan a los otros y atienden más al egoísmo que a la vocación artística. Mas no a nosotros, que no somos hijos de la criada. Pero volvamos al editor como sujeto comercial: los libros hacen fortunas. En esta perspectiva, el editor es un genuino hombre de negocios: interpreta una necesidad,diseña un producto que la satisfaga y analiza el resultado. Nacen, entonces, los libros de superación personal, que generan grandes utilidades a la industria. Y en esta noria no hay lugar para el escritor, sino para el escribidor, o el malabarista de la palabra con su embelesedor acto del falso optimismo. Escriben libros como haciendo buñuelos. No hay lugar para la creación artística. Tales productos editoriales son tan áridos y desabridos como una guía de viaje o un directorio telefónico. Son libros de mesa de centro, la mejor leña para alimentar una chimenea. Manosean público en tanto recaban sus favores cortesanos. Limosnean su beneplácito a cambio de tres monedas de plata. Ahí no hay arte.

El editor que aspira generar riqueza por la publicación apenas tiene escrúpulos para valorar una obra de arte. No la reconocería, así se la pusieran en las manos. Debemos recordar que no todas las veces las obras maestras generan un lucro inmediato, y a la inversa. Aquí entra el talante del editor y su ética a jugar un papel determinante en el arte literario de su región y -por qué no- una oportunidad inigualable a su bolsillo. Depende de a qué le apueste o qué pese más en su balanza. Si es el lucro, se dedicará entonces a los libros de chismes, intrigas o conspiranoicos, a las recetas de cocina, biografías no autorizadas o confesiones de prostitutas caras, pero jamás a la literatura. Una enseñanza de principio: aunque el arte tiene en germen la virtud de producir riqueza, en sus inicios no da ni para pagarse un vestuario decente. Los que han hecho empresa me darán la razón. Optar por la edición es como aquel que descubre una veta de oro y se decide a trabajar en ella: comenzar es escabroso y las ganancias, insignificantes. Los grandes sellos editoriales que hoy legislan el mundo impreso comenzaron siendo una aventura quijotesca liderada por un apasionado de los libros que en vida no perdió la perspectiva, aunque sus descendientes sí.

miércoles, 6 de julio de 2011

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (VIII)

EL CASO DEL LIBRETISTA

El libretista es el hermano no deseado del escritor, es la parentela que por pudor se quisiera negar, por decencia pasar por alto o simplemente ignorar. En él se encuentra en su plenitud expresado el pecado de el arte por dinero y, por ende, se niega en su labor cualquier indicio del mismo. Sin embargo, es un empleo bien remunerado. Si la finalidad del arte fuera vivir bien, dar al artista la comodidad y holgura deseada para pavonearse frente a sus semejantes de la buena fortuna recibida por su obra, entonces sería el libretista el ejemplo máximo. Pero no es así. Tampoco predico la pobreza y los andrajos como presupuesto esencial de la labor artística: no hay que perder la perspectiva. Digo, en consecuencia, que la pluma se empuña como el fraile toma sus votos. Todo se sujeta a los azares del oficio, cualquiera que sean. Nadie puede decir que tiene la gloria asegurada. Quien lo declare, miente como un bellaco. Pero estas medidas no se aplican para el libretista, quien debe emplearse a fondo para engañarse a sí mismo creando personajes laxos, sin sustrato. Son titiriteros que mantienen a sus artificios en el escenario en tanto haya aplausos que los reclamen. El personaje no se subordina a la obra: es al revés. Es por eso que continuamente el libretista debe renunciar a sus aspiraciones artísticas y jugar con el destino contrahecho de sus creaturas como si fuera malabarista. Son dramaturgos a medias, sería más exacto llamarlos teatreros. Deben manosear pueblo para caricaturizar los defectos más primarios del hombre común y ponerlos en escena. Y todo con el objeto de recabar audiencia. ¿Cuántas veces no hemos visto en las telenovelas que fue gracias a la pericia del actor que tal personaje tuvo acogida? Es lo que necesariamente los separa de los escritores: mientras éstos engendran a sus artificios lejos del litigio mercantil que envuelve la industria televisiva siendo libres para demonizarlos o tiranizarlos, aquellos acuden a lo grotesco o lo divino para enfrentarlos. Porque son daltónicos: apenas distinguen los colores que componen lo real. Como los animales, ven una obra en blanco y negro, siendo el gris un riesgo financiero inútil. Es así que el héroe no es héroe: es un dechado de virtudes, renuncias y negaciones que llaman más a la conmiseración general que a la admiración. Tan poco carácter tienen, tal lánguidos los expresan, que el artificio se cae de su peso. Uno advierte el truco: no saben mentir con aplomo, como demanda el arte literario. Y el villano no tiene rasgos humanos: es pura maldad. Si es hombre, termina asesinando y en la cárcel; si es mujer, enloqueciendo y en el manicomio. Tan poca libertad tiene para crear que recurren a credos de sacristía para conjurar a sus muñecos de barro. Le vedan cualquier atisbo de humanidad al villano impidiéndole la flaqueza de la compasión; hacen lo mismo con el bueno. Por eso las telenovelas aburren, aunque sirvan para entretener a la empleada del servicio. ¿Cómo terminan? Los buenos en la iglesia y los malos en la cárcel. Nada más ridículo. Están impedidos de facto para pensar que el villano puede terminar algo mejor. Claro, su maldad se lo impide. Pero, ¿en qué consiste su maldad? En querer para sí a la dama, que no tiene seso para otra cosa que no sea el matrimonio, los vestidos blancos y largos y la idílica noche de bodas. No más hay que detenerse y mirar por unos minutos las novelas de la tarde: cambian los actores, pero los personajes son iguales, arquetípicos o enmaquetados, enmascarados. Pero bueno, así las ven, así venden y así lucran los libretistas de medio pelo.

Es por su oficio de talabartería literaria, de amañar argumentos para el gusto público, que poco o nada puede esperarse de él. Hay que reconocerlo: han habido buenos libretos, excelentes productos televisivos. ¿Por qué escasean?...

domingo, 26 de junio de 2011

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (VII)

EL CASO DEL LITERATO PAGADO


Literatura por encargo. ¿Se ha escuchado algo así?.
La literatura rusa del siglo XIX es el ejemplo clásico. Recordamos a Dotoyevsky escribiendo sus voluminosas obras plagadas de descripciones, episodios y escenas innecesarias al desarrollo de la trama solamente por engordar el cheque. Como el tiraje era semanal, se requería mantener al lector cautivado. Gogol y otros más tuvieron que recurrir a la misma treta. Sin embargo sus obras encargadas, a diferencia de las actuales, tuvieron ese quilate de oro que las hizo trascender a pesar de esas cientos de hojas que les sobra. Y eso es lo que no logran los literatos actuales.
Literatura por encargo. Escribir pensando en dinero. Cabalgar entre papeles sin perder de vista el atado de monedas que se espera al punto final. ¿Cómo lo hacen? Se dice que Nabokov se vio obligado a escribir con los recibos de cobro en el escritorio angustiado por sus acreedores. La industria editorial pone un tema y le pide a sus colaboradores (el eufemismo del artista-empleado) libros sobre el mismo. Quienes visitaron la feria del libro del año pasado recordarán que, en gran parte, la oferta editorial estuvo dirigida a la celebración del bicentenario. En su mayoría, ensayos e investigaciones históricas. Y una que otra obra de ficción, nada que valga recordarse. En cinco años o menos esos libros -si les va bien- pasarán a recibir polvo en los estantes de las bibliotecas públicas porque no sirven más que para documentar otros trabajos escritos. Una voz que se recoge de otra, similar al agua que se pasa de mano en mano. Este año, ¿cuál será el tema? ¿Sobre qué se escribirá? Y ante todo, ¿quién decide el tema? ¿Quién es la mano invisible, el poder detrás del poder, del mercado editorial? En cuanto al escritor, conservará su decencia mientras considere tal labor como un simple ejercicio para "soltar la mano". La calistenia adecuada para una obra de mayor envergadura. Por el contrario, engrosará la muchedumbre de lacayos que perviven en el medio gracias a sus habilidades retóricas más que por el talento. Una obra -según se cree- se prepara en la inconsciencia y aflora gracias a circunstancias propiciatorias que la reclaman, pero enseñarse a ganar el pan por exigencias editoriales aleja al arte como la penicilina a la bacteria. Cuando se empuña la pluma ya no se escucha el susurro de la musa; se oye el griterío del mercado y se convierte el escritor, parafraseando a Víctor López Rache, en "notario de distorsiones". El mismo autor, de cuyo escrito está inspirado este artículo, escribe: "Es preferible ser un escritor con su mundo personal suspendido en el signo de interrogación, que un famoso debiendo deudas impagables que el lector cobrará".

El literato pagado es mercenario al servicio de intereses comerciales. Una obra sin espíritu se delata fácilmente y lo peor para un artista -incluso peor que la muerte- es el olvido. Ser olvidado es morir ab aeterno. El lector cobra arrojando el libro al rincón de la basura y el tiempo, como juez implacable, sepulta tanto libros como autores. ¿Querrá ser recordado? Entonces debe abandonarse a los rigores del océano y enrumbar su barco a mares ignotos sin la gratificante comodidad del la paga. Antes de escribir para los otros, debe escribir para sí mismo. Incluso llegado el caso en que no se encuentre otro lector, ¿estaría dispuesto al sacrificio máximo?...

domingo, 29 de mayo de 2011

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (VI)

EL CASO DEL CRITICO

El crítico literario es, por excelencia, el inquisidor al cual se intenta conquistar con los papeles o se está obligado a resistir con los argumentos. De principio ostenta el criterio de verdad: lo que afirme es dogma. Se sienta como Torquemada en su trono y despotrica a su placer de cuanto libro no lo haya agradado. "Está mal escrito" o "es parafernalia". De su pluma, como la serpiente bíblica,no sale sino escupitajos ponzoñosos. Rara vez celebra, aunque no pocas veces adula. "Lo que no puedes superar, por lo alto, entonces debes nivelarlo, por lo bajo" ese es su evangelio. Buscan agresivos entre las librerías aquellas novedades editoriales que a su parecer sirvan para alimentar las llamas del escarnio público. Y encuentran algo. Desdichados aquellos que se vean abrasados por el furor de su pluma: difícilmente tendrán otra oportunidad.

José Ingenieros es autoridad para hablar sobre críticos. Los llama "criticastros" y los compara con aquel adolescente que, ante la impotencia de alcanzar la estrella, se resigna a lanzarle piedras. Crítica. ¿Acaso existe? ¿Quién les dió sus atribuciones ministeriales? Los artistas apenas la aceptan por considerarla inoportuna. Toda crítica a destiempo, incluso cuando no se entiende el sentido de la obra, causa risa. Pero volvamos a Las letras. Crítica literaria ¿Qué es eso? A mi criterio, sólo un escritor puede hablar con crédito de la obra de otro porque, al decir de Savater, "sólo se habla -sobretodo se discute- entre iguales". ¿Puedes hacerla mejor? Adelante. Si no, ¿por qué me criticas? Atender sus reclamos es otorgarles la importancia que no se merecen. Muchos de los críticos actuales no son más que manos estériles que se dedican a arañar la obra ajena buscando con sus huecas invectivas alguna aceptación en el medio. Crítica literaria y dinero: págame y desprestigiaré con gratilocuencia lo que me indiques. O ensalzaré lo que gustes. No importa: es sólo dinero. Deben su sitial a quienes los leen y los siguen. Alguien habló de literatura de salas de espera. Los libros de moda son los que adornan las mesas de centro, lo que no quiere decir que se lean. Las ventas editoriales -lo repito- rara vez son consonantes con la calidad de una obra.

Para quienes se deciden por Las letras, la opinión del crítico debería estar de más. El mundo literario, como cualquier otro medio, está plagado de estos pavos reales que sólo saben elogiar o reprobar al tintín de las monedas. Son los saduceos de las artes, y conviene poner cierta distancia entre ellos y nosotros si no se quiere ser crucificado desde sus escritorios. No se ganan con talento; simplemente se compran. Y su dinero, como el pagado a Judas, no se debe aceptar en el templo de la musa porque está manchado de pecado. Sin embargo, tienen su lado positivo: llaman la atención. Ser criticado, como ser pirateado, es buen síntoma. Víctor López Rache, en un escrito que aún no ha sido lo suficientemente valorado, escribe: "La necesidad o la abundancia le impone a los artistas condiciones imposibles de eludir. Las apuestas pragmáticas, la riqueza y la fama han llevado tantos talentos a la desolación estética como la cárcel, la locura y la miseria". Condiciones imposibles de eludir. Si se pudiera vivir sin dinero, ¿el arte sería viable? Y si fuera viable, ¿tendría la misma fascinación?...