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miércoles, 23 de junio de 2010

UN PARENTESIS (parte 1)

EL POETA QUE SE RESISTE A SERLO

Confieso dos envidias: hacia el hombre por su mujer y hacia el poeta por su arte. Una es curable, la otra no. En ocasiones a ellas nos vemos obligados a raptarlas de los brazos fríos y sin pasión de otro hombre, pero al poeta no le podemos robar aquella mujer abstracta que alimenta su oficio. Sostengo, en consecuencia, que escribir poesía es el oficio más complicado de la literatura. Y tengo la prueba.

El presente artículo sólo es interesante por esto: lo amerita un hombre cetrino cuyo aire de postergación le cuelga las preseas que tal vez el mundo en sus encorsetadas instituciones culturales le negaron. Me acerco a él (hace años que no lo veo) por la herramienta desconcertante del recuerdo y, pasado el tiempo, las facciones agudas de su rostro y su mirada calma comienzan a desgajarse de mi memoria, a deshacerse entre rostros y miradas de un ayer convulso. De él conservo apenas un poema inacabado que nos permitió ver en una tertulia con la siempre conveniente disculpa de no estar listo. A mi parecer, estaba equivocado: ese poema lo reflejaría cada vez que lo leyera porque -sin conscientemente quererlo o queriéndolo inconscientemente- quedó plasmado en sus propios versos, a los cuales simultáneamente sirvió de artífice y creador.

Declararlos sin su expresa autorización sería una traición o un despilfarro, por eso me limitaré a indicarlos. Comparar una obra, sin importar el género, es muestra anticipada de pedantería y tal labor corresponde al crítico, al eunuco de la literatura; por eso me restringiré a dibujar sensaciones y sentimientos de oídas. Pero una cosa sí me permito: Yonny Vanegas es el ejemplo viviente de un poeta que se resiste a serlo, de aquellos artistas insatisfechos con su obra que se condenan a romper el jarrón una y otra vez porque no alcanzan la plenitud en el ejercicio de la arcilla; y si la poesía en lo provenir ha de tener una renovación, será por esta especie de artistas que se nutren no de la Academia ni de los espesantes tratados de los teóricos, sino de la misma sustancia humana que padecen, que como el catoblepas, el animal que Borges recrearía en su Manual de zoología fantástica, tienen que devorarse a sí mismos para escribir versos que los expresen contundentemente, sin lugar a dudas. Tal especie de artistas -exótica y por lo mismo escasa- contienen los ingredientes existenciales para llevar al arte a otro nivel, para señalar los nuevos horizontes a los que otros navegantes deberán enrumbar sus navíos, porque allí soplarán los promisorios vientos del mañana.

Sus versos respiran porvenir. No se parecen a otros que haya leído y en cada uno se siente el empuje insistente de la imagen. La insinuación es su palabra definitoria. Hablo no como escritor, sino como lector: con palabras ordinarias construye imágenes extraordinarias. Y es ahí, en mi opinión de lector, donde radica su fuerza y es sello de su indiscutible talento: sacrifica la arquitectura poética en aras de lo íntimamente comunicable. En el único poema que de él guardo no está la escuadra ni el compás del poeta que desde la escuela hemos aprendido a leer. Son oraciones ordenadas en jornadas que se acercan al acto poético y dejan que el sentimiento las explore, las paladee, las disfrute en su individualidad gustativa y digiera la perla de gran precio. Es una poesía de imágenes y sensaciones expresadas en forma sencilla. Si dijera que su genialidad consiste en el texto, mi juicio sería incompleto y fácilmente rebatible. Consiste, además, en cómo llegar a su conformación. Y eso sólo yo y unos cuantos lo sabemos: tuvieron que pasar meses para presentarlo y decir que todavía no estaba acabado. Un gran artista no es aquel que vende muchos libros ni está a la moda (salvo algunas excepciones) ni siquiera es aquel capaz de estar en labios de muchos: si ese fuera el caso, la literatura de superación personal, de autoayuda o lo que proviene de Oriente nos habría aniquilado. Un gran literato no se conoce tanto por terminar una obra, sino por la forma en que llegó a ella y cómo la terminó. Y ese es el caso de Yonny Vanegas. A primera vista puede parecer que perdió mucho tiempo eslabonando frases y frases, pero el punto final del poema lo redime de los juicios crasos. Hablando no como lector, sino como escritor, en cada jornada se ve el tachonazo, el borrón, el papel arrugado entre las manos porque la sensación no se deja aprehender por la tinta, las horas arduas de una pieza sencilla a primeras luces... sólo quien ha padecido las horas penosas de la composición puede dar fe de ello. Y al final, como él mismo lo expresó aquella tarde que lo hizo público a cinco contertulios, el resultado fue la misma insatisfacción que lo espoleó durante el proceso. Particularmente aprendí que a uno siempre lo acompañará en sus vigilias creadoras la insidiosa sospecha de hacerlo mejor.

El poeta que se resiste a serlo: el poeta que siente el abrumador peso de llamarse a sí mismo poeta. Quien conoce el vasto contenido de tal denominador y no se cree digno del nobiliario título. "Por eso tienes que ser tú" le declara el emperador Marco Aurelio al general Máximo en la conocida película Gladiator. Por eso tiene que ser él -el poeta que desde sus entrañas aspira a serlo pero detesta que el vulgo así lo llame, como si ya hubiera alcanzado el pináculo de su labor creadora- aquel que dirija a las generaciones emergentes de aspirantes a poetas para que el arte se renueve y se refresque. No creo tanto en su talento como en su capacidad de autocrítica y autocorrección. Y es así como se forman los maestros de todos los tiempos, porque el genio necesariamente nos sobrepasa...

3 comentarios:

Natalia Castillo dijo...

Hola

Recibo con agrado tu comentario más aún después de leer "El poeta que se resiste a serlo".

El arte no debe resistirse. El arte libera.

Estaré visitándote.
Saludos

" Til " dijo...

Increible.
Que bueno poder leerlo, tan cierto.

Saludos!

Yonny Vanegas dijo...

si. a mi tambien me gustaria leer a ese poeta y hasta conocerlo si es que existe