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martes, 13 de septiembre de 2011

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (X)

EL CASO DEL EDITOR (II)

"Esforzaos, oh filisteos, y sed hombres
para que no sirváis a los hebreos
como ellos os han servido a vosotros
¡Sed hombres y pelead!"
( 1 S 4:9)

Y esta es la otra cara de la moneda: el editor y el arte por el cual trabaja. Admiro a las gentes que viven del arte porque su sustento los dignifica en un mundo de mercaderes baratos. Las editoriales pequeñas son un acto de fe: hay que ser quisquilloso y considerar en sus cálculos el impacto económico que un libro puede provocar al balance contable. Me resulta difícil pensar en el editor como hombre de negocios que pueda apreciar una obra de arte. Pero debe serlo: de otro modo, la literatura se habría estancado. La prueba son, precisamente, las editoriales emergentes, aquellas que trabajan al margen de las gigantes. Al pensar como editor comprendo claramente por qué no se publica a un autor novel que no tenga cierta trayectoria en el medio. Un libro es un producto comercial que genera ganancias o pérdidas: se vende o se regala. Y una trayectoria es un salvoconducto que ampara del fracaso. Es por eso que al editor, como sujeto comercial, no se le puede exigir gran cosa.

¿Cómo publicaron los grandes maestros del pasado? Al igual que nosotros hoy tuvieron las mismas dificultades, los mismos tropiezos, sus horas penosas y momentos de desánimo. Pero publicaron y los recordamos en sus obras. ¿Cómo fueron sus inicios? Sostengo que lograr la primera publicación es un antes y un después: como los que han logrado el éxito, este camino tiene sus dichas personales y sus particulares reveses y somos nosotros quienes lo transitamos. Pero hubo -y ese es el punto- quien creyó en su talento; creencia difícil en todos los tiempos. En un mundo atareado, lograr la atención de alguien es darse por bien servido. Es complicado, en este orden de ideas, determinar si tal talento es bueno o no lo es. Wilhem Waetzold: "Cada mano tiene su escritura". Se dice que Vargas Vila solía despedir a cada libro que terminaba con un sentencioso: "Ve, libro mío, libra tus batallas". Muchos otros escribían poco y no publicaban nada. Hay para todos los gustos. Es sabido que un escrito prometedor encontrará alguien que decida publicarlo. Es una promesa santa, un sacramento de nuestra fe artística, pero debe ser realmente bueno.

No me preocupa tanto no encontrar editor como no tener una obra qué presentarle. Una obra es mi esperanza: lo demás son torpes temores de adolescente. Una obra -y los que saben me darán la razón- es la que finalmente dictamina quién será celebrado o simplemente archivado en los anaqueles del olvido. No hay escritores buenos o malos porque todos, de algún modo, dan con sus lectores: eso me lo ha enseñado el mercado editorial actual. Hay lector para todo. En cuanto al escritor, hay quienes en una obra encontraron todo lo que debían decir y quienes se tomaron muchos tomos para llegar al mismo resultado, pero no es más grande el autor de muchos libros que el de sólo uno. Ejemplos sobran: ustedes lo saben. El éxito y el fracaso -lo repito- no son los patrones de nuestras medidas: tales conceptos importan más a los tenderos, a las gentes de la aldea, alas gentes de este mundo. Nuestras pesas y medidas no son las suyas. ¿Cuál es nuestro éxito o fracaso? O lo pregunto en términos humanos: ¿qué determina si fracasamos o tuvimos éxito como artistas? Eso, y no los afanes de celebridad, es lo que en primer lugar debiera preocuparnos. Los senderos del arte son tan impredecibles como los caprichos de la fortuna. Hay que aprender a morir a uno mismo, a desasirse de las etiquetas que a todos importan, para poder mirarse frente al espejo de nuestro talento y juzgarnos como hombres en el sentido pleno y existencial de esta palabra. Por diversos caminos se llegan a las mismas conclusiones...

Aquí termino con una aventura iniciada hace algo más de un año al calor de los conversatorios presididos por la Red Nacional de Talleres Literarios de Bogotá, (RENATA), taller guiado por el escritor y poeta Carlos Castillo Quintero. Volviendo la vista atrás, fue una experiencia enriquecedora: me enseñó a ser más riguroso con el trabajo propio. En cuanto a la pregunta que encabeza esta serie, el artículo siguiente trataría sobre Gabriel García Márquez y se remataría con dos o tres artículos finales sobre las aproximaciones entre dinero y letras, pero la elaboración de los mismos me llevó a reflexiones más complejas que merecen abordar el tema del genio como una serie aparte de la actual. Así es esto: uno realmente no tiene un itinerario fijo. Gabo amerita pensarlo más detenidamente: su historia personal, de vida, es una novela tan grandiosa como las que escribió. Así que los invito a la siguiente serie de artículos sobre episodios de la vida del genio que son ilustrativos en la reflexión dinero/letras.