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miércoles, 26 de octubre de 2011

EL CASO GARCÍA MÁRQUEZ (O DE LA BIENAVENTURANZA NO QUERIDA)

PARTE II

EL CUENTO EN LA PAPELERA

¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a botar a la papelera un cuento bien escrito? Estoy seguro que nadie, sobretodo si se considera qué es tener un cuento bien escrito. En mi caso, he perdido una tesis sobre el ateísmo contemporáneo y una pequeña biblioteca de fantasía épica que escribí desde los nueve años hasta los quince. Feliz pérdida, digo hoy, aunque en su momento fuera la mitad de mi vida. Y más recientemente, por un accidente con mi computador, se perdió el archivo de mi primera novela corregida y revisada, lista para participar en el concurso nacional de novela del Instituto de Cultura. Con el archivo se perdió un año de correcciones y dos de escritura, aunque pude recuperar el primer borrador impreso de la misma gracias a un amigo que supo guardarlo. Sin embargo, a ese borrador le falta un capítulo, que me costó seis meses de elaboración y, para recuperarlo, tengo que enfangarme en los cuadernos viejos que lo tienen tachado. Una gran pérdida, pero recuperable, me dijo con intención de animarme. Recuperable, le dije, pero luego de otro año de volver a empezar...

En sus inicios Gabo no tuvo la misma compasión con sus escritos. En los hechos del nueve de Abril, la pensión donde se hospedaba fue devorada por el fuego del Bogotazo, quemándose el trabajo que hasta ese momento tenía en su gaveta. "Menos mal se quemaron" declaró hilarante en una entrevista casi treinta años después, pero el tema de este artículo no es esa quema aséptica que nos privó de sus escritos de juventud (circunstancia frente a la cual uno no puede hacer gran cosa) sino aquella curiosa anécdota que nadie refiere por lo fantástica que resulta y hoy, pasados los años, se tiene que creer porque le sucedió precisamente a él, al hombre capaz de imaginar lo inimaginable y de hacer lo impensable. Quizá algunos ya la conozcan. Yo la leí en algún lado - no preciso dónde - y es ilustrativa del trabajo y el rigor que el nobel luce en todos sus escritos. Trabajaba en los cuentos que conformarían el libro Ojos de perro azul. Cuenta que lo visitó Aurelio Arturo (quien tiempo después sería uno de los poetas de Piedra y Cielo) y le pidió un escrito para publicar. Por alguna razón Gabo se excusó, aunque tenía bastante material. Arturo no se dio por vencido e insistió, teniendo la misma negativa de Gabo. Y este es el punto al que me interesa llegar: Arturo se fijó en la papelera que Gabo tenía junto a su escritorio y vio una carpeta con papeles grapados. Era el capítulo final de La hojarasca, le dijo el nobel sin prestar mayor atención, pero después de revisarlo no cabe. Arturo ya estaba leyendo el documento. ¿Y de qué trata? Le preguntó con un bolígrafo en la mano. Es sobre Isabel viendo llover en Macondo, le respondió. Le explicó que no pudo incluirlo porque sobraba, pero Arturo anotó la frase en el borde del documento y salió diciendo: "Esto puede servir". la sorpresa de Gabo fue enorme cuando vio publicado su capítulo como cuento bajo el título que él desprevenidamente le había puesto...

Lo repito: al principio me costó creerlo. Yo no soy capaz de botar a la basura un escrito: la prueba es que estoy corrigiendo cuentos escritos hace diez años para publicarlos en mi página web y en las tres redes sociales literarias en las que me registré sólo con el propósito de divulgarlos y no dejarlos en el olvido. Aunque las críticas están divididas y hay quien los encuentre anacrónicos y barrocos, lo que me interesa es hacerlos digeribles, presentables y limpios para que éstos encuentren a sus lectores, simplemente. Al contrario, Gabo lanzó a la papelera quizá uno de sus mejores cuentos y que ni siquiera la crítica más asertiva sobre su obra se ha fijado. El escrito que Arturo salvó de la papelera pasó a conformar, tiempo después, su primer libro de cuentos. Quienes han leído al nobel con atención advertirán que años más tarde Isabel y Macondo serían pieza esencial de Cien años de soledad, de lo cual es lícito deducir que ese texto fue precursor de la Obra Maestra. Y Gabo lo desechó. ¿Qué nos enseña a nosotros? La frase es suya: "Un escritor no se conoce tanto por lo que escribe como por lo que desecha". Hoy día me debato en esa perspectiva: hay cosas que considero buenas, que tiene potencial, pero debo desecharlas precisamente por ese germen que las hace valiosas, para que puedan ser lo que deben ser en un escrito de mayores proporciones. Ejemplos hay bastantes: el detective de Poe inspiró a Conan Doyle para su Sherloc Holmes. Particularmente en las redes he leído textos que, con un adecuado tratamiento, podrían ser prometedoras, pero debido a la premura de sus autores les cortan las alas y los publican recibiendo uno que otro elogio. También es cierto que un escrito denso puede sintetizarse incluso en algunas líneas -y, en este sentido, Gabo tiene otra historia asombrosa- pero esto ya es tema del siguiente artículo.

4 comentarios:

Perfida Canalla dijo...

Pues yo tiro muchas cosas. Si al releerlas al cabo de un tiempo no me gustan, las elimino sin compasión...jejeje
Por cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita

Gabriel Rodríguez-Páez dijo...

Un saludo igual, Pérfida. Un gusto tenerte por aquí. Visité tu blog y me hice seguidor. espero compartir con vos más seguido. Saludos.

Anónimo dijo...

EDITORIAL PORTILLA FOUNDATION
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Saludos Cordiales; Dr. Oxel H. Portilla: Presidente.

Ben dijo...

Al escribir, no diría que boto algunas cosas, simplemente las dejo en el tiempo, algunas se añejan y vuelvo a ellas, otras definitivamente las olvido.