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domingo, 26 de junio de 2011

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (VII)

EL CASO DEL LITERATO PAGADO


Literatura por encargo. ¿Se ha escuchado algo así?.
La literatura rusa del siglo XIX es el ejemplo clásico. Recordamos a Dotoyevsky escribiendo sus voluminosas obras plagadas de descripciones, episodios y escenas innecesarias al desarrollo de la trama solamente por engordar el cheque. Como el tiraje era semanal, se requería mantener al lector cautivado. Gogol y otros más tuvieron que recurrir a la misma treta. Sin embargo sus obras encargadas, a diferencia de las actuales, tuvieron ese quilate de oro que las hizo trascender a pesar de esas cientos de hojas que les sobra. Y eso es lo que no logran los literatos actuales.
Literatura por encargo. Escribir pensando en dinero. Cabalgar entre papeles sin perder de vista el atado de monedas que se espera al punto final. ¿Cómo lo hacen? Se dice que Nabokov se vio obligado a escribir con los recibos de cobro en el escritorio angustiado por sus acreedores. La industria editorial pone un tema y le pide a sus colaboradores (el eufemismo del artista-empleado) libros sobre el mismo. Quienes visitaron la feria del libro del año pasado recordarán que, en gran parte, la oferta editorial estuvo dirigida a la celebración del bicentenario. En su mayoría, ensayos e investigaciones históricas. Y una que otra obra de ficción, nada que valga recordarse. En cinco años o menos esos libros -si les va bien- pasarán a recibir polvo en los estantes de las bibliotecas públicas porque no sirven más que para documentar otros trabajos escritos. Una voz que se recoge de otra, similar al agua que se pasa de mano en mano. Este año, ¿cuál será el tema? ¿Sobre qué se escribirá? Y ante todo, ¿quién decide el tema? ¿Quién es la mano invisible, el poder detrás del poder, del mercado editorial? En cuanto al escritor, conservará su decencia mientras considere tal labor como un simple ejercicio para "soltar la mano". La calistenia adecuada para una obra de mayor envergadura. Por el contrario, engrosará la muchedumbre de lacayos que perviven en el medio gracias a sus habilidades retóricas más que por el talento. Una obra -según se cree- se prepara en la inconsciencia y aflora gracias a circunstancias propiciatorias que la reclaman, pero enseñarse a ganar el pan por exigencias editoriales aleja al arte como la penicilina a la bacteria. Cuando se empuña la pluma ya no se escucha el susurro de la musa; se oye el griterío del mercado y se convierte el escritor, parafraseando a Víctor López Rache, en "notario de distorsiones". El mismo autor, de cuyo escrito está inspirado este artículo, escribe: "Es preferible ser un escritor con su mundo personal suspendido en el signo de interrogación, que un famoso debiendo deudas impagables que el lector cobrará".

El literato pagado es mercenario al servicio de intereses comerciales. Una obra sin espíritu se delata fácilmente y lo peor para un artista -incluso peor que la muerte- es el olvido. Ser olvidado es morir ab aeterno. El lector cobra arrojando el libro al rincón de la basura y el tiempo, como juez implacable, sepulta tanto libros como autores. ¿Querrá ser recordado? Entonces debe abandonarse a los rigores del océano y enrumbar su barco a mares ignotos sin la gratificante comodidad del la paga. Antes de escribir para los otros, debe escribir para sí mismo. Incluso llegado el caso en que no se encuentre otro lector, ¿estaría dispuesto al sacrificio máximo?...