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jueves, 3 de enero de 2008

WELCOME TO THE JUNGLE

¿A qué diablos vino Oliver Stone a Colombia? ¿Es gratuito que Chávez se haya hecho acompañar de un productor de cine en la comodidad de su avión presidencial? ¿Tiene credibilidad o al menos es admisible el escueto pretexto que se eslabonó para justificar su presencia,que era "hacer un documental"? Con Oliver Stone en Colombia nuestra tragedia vergonzosamente adquiere un carácter comercial gracias a las gestiones para nada altruistas de un presidente que ama las cámaras tanto como a sí mismo. En el aeropuerto de Villavicencio y ante noticieros nacionales y extreanjeros lucía con satisfacción su uniforme militar preso en un donaire que quisiera evocar la campaña libertadora y a él como libertador. Los tantos helicópteros, los muchos aviones y el nutrido grupo de veedores internacionales presagiaban que, lejos de ser una operación cualquiera, la operación que Chavez insistió en llamar transparencia y aquí insistimos, con un dejo de dramatismo, en llamar Emmanuel trascendería las barreras de lo formal y se convertiría en un evento digno de las cámaras. Y así pudo haber sido, si la guerrilla no deja al presidente venezolano literalmente con los crespos hechos, como ya lo había dejado en Francia cuando no pudo presentar las pruebas de supervivencia que dijo que llevaría.
Ese espectáculo se veía venir desde el momento en que desglosó en una rueda de prensa los pormenores de la operación: con su particular gracia caribeña y haciendo gala de su habilidad militar rayó los mapas con flechas, nombres y cruces haciendo creer a la opinión internacional que él es el hombre escogido para obrar el milagro que aquí a lo largo de un siglo no hemos podido lograr. Pero lo del productor gringo fue una sorpresa. Estoy seguro que nadie se lo esperaba. No se equivocó quien comparó el operativo de la fallida liberación con un reality donde el único concursante estaba vestido de militar y los grandes dignatarios veedores del proceso se prestaron sin saberlo como público presencial. Todo estaba montado: un helicóptero grabaría con las cámaras de Oliver Stone el evento cinematográfico de la liberación y Chávez, en el papel protagónico, sería ese libertador tan ansiado tantos años en la asfixiante jungla colombiana. Pero no pudo celebrar de esa manera porque no contaba con que la guerrilla, a punta de excusas traídas de los cabellos y que sólo se creyeron ellos, lo fuera a dejar plantado.
La guerrilla, al querer desagraviar a Chávez, le inflingió el peor de los agravios... por segunda vez. Y el agravio para Chávez no consiste en que no se hayan entregado a los secuestrados sino en no haber podido publicitarse ante el mundo como el Bolívar de los últimos tiempos que se pretende. Nosotros no tenemos la frialdad de corazón, aunque sí razones válidas, para impedir su actuación en el escenario humanitario: de haberse opuesto el gobierno, habría quedado ante la opinión internacional como el único responsable del cautiverio de los rehenes y, por ende, como el único obstáculo de la paz. Y eso ya es un costo político demasiado grande para ser asumido. Tuvimos que transigir con el reality de Chávez -con productor de cine y todo-, tuvimos que ceder a las exigencias de una guerrilla que con cada acto terrorista y cada declaración clandestina pierde la poca credibilidad que le queda, incluso tuvimos que ver la escena desde la lejanía (Uribe, según dijo, no fue a Villavicencio a recibir la comitiva temiendo que su presencia entorpeciera la operación) y todo esto con el único objeto de tener a Clara Rojas, a Consuelo de Perdomo y a Emmanuel de vuelta. Lamentablemente la buena fe no coronó esta vez el proceso y los cautivos siguen secuestrados. Incluso está por probarse la identidad de Emmanuel.
En este escenario es inevitable la pregunta: si para liberar a tres Oliver Stone vino, ¿tendrá que venir la crema y nata hollywoodense para que se liberen los cientos de secuestradosque todavía la selva húmeda oculta?...

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