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viernes, 4 de abril de 2008

DESDE ABAJO (I)

"En este tiempo solicitó Don Quijote a un labrador amigo suyo, hombre de bien -si es que ese título se le puede dar al que es pobre-..."
(En Don Quijote I,7)

Cervantes ya sospechaba de la bondad del hombre pobre. Pobreza de la que, a pesar suyo, él mismo no estaba exento. Y tal sospecha nos alcanza hoy, cuatrocientos años después, sin que sus motivaciones hayan cambiado: es dificíl pensar algo noble, sobretodo en el mundo de hoy, acerca del que es pobre.
No sólo el arte: también la política y otras actividades humanas se dirigen a la pobreza con cierto desdén, con cierto menosprecio que nos obliga a detestar esa condición humana condenada a arrojar un eterno faltante en sus obligaciones económicas. Pero es el arte su más encarnizado detractor: nos lleva a pensar que la pobreza es un pecado contra el hombre. Atrás queda la heredad de la tierra por los pobres que predicaba Cristo, atrás la retórica pietista que la asemeja con la humildad; lo cierto es que la pobreza, en el panorama actual, es una maldición social de la que es preciso huir con todas las energías a perecer en ella. Si antes la pobreza podía adornarse con la nobleza de un alma caída en desgracia que conservaba la altivez de la mirada pese a su mala suerte, hoy es el monaguillo mostrenco de la farándula destinado a la carcajada y al saarcasmo. Nunca antes en la historia de la humanidad ser pobre fue tan deplorable y humillante: para comprobarlo, bástese con echar una ojeada a cuanta novela está en boga en la televisión nacional.
Para elevar el rating se necesita un arlequín: ese es el pobre. No necesita demasiada caricatura: es suficiente ponerlo al natural, representarlo frente a todo lo que el dinero le niega para que afloren en él todos los vicios y todos los defectos que un hombre puede abarcar. La baba que por el labio escurrido cae, los ojos desorbitados frente a un fajo de billete y la reticencia obligada frente a los más afortunados son sus signos definitorios. "Por dinero baila el perro" dicen los que lo tienen. Pero el pobre no sólo baila; además retrocede al estado primitivo de la animalidad simiesca. Si la televisión enseña algo, enseña que el pobre en sí mismo es un espectáculo. Sobretodo cuando la cámara lo contrapone al rico: el contraste consiste en la bufonada que es su cotidianidad y la ridiculez primitiva de sus palabras. El pobre y el rico: dos ciudades, dos mundos morales . Una división más exacta que la del día del juicio entre ovejas y cabras.
En la televisión nacional el pobre sale perdiendo. Telenovelas como "Los Reyes" o "Nuevo Rico, Nuevo Pobre" o la recién estrenada "Novia Para Dos" -sólo por citar lo que me trae la memoria- son el ejemplo perfecto de cómo una sociedad esencialmente dividida entre unos y otros percibe al pobre. Pobre: todo lo desdeñable, todo lo ridículo, todo lo bajo, todo lo risible. Y uno y otros comulgan con tal arquetipo: el pobre es una caricatura digna del mal arte. Una suerte de alma fea. El televidente, ¿quién es? Los muchos, los que hacen que el rating sea alto. Pero esos muchos deberían saber que al regalarle audiencia a esas telenovelas de paso aceptan la caricatura: se ven a ellos mismos como en un espejo. Y hasta se ríen. Por eso no debe sorprendernos que en la lidia diaria haya quienes se crean de abolengo, de mejor sangre, aunque no tengan un peso: se trata de recabar un poco de la dignidad perdida gracias al comercio televisivo.
Por eso el que es pobre está destinado a la diversión de otros mientras esas novelas -y, por extensión, la producciones que minusvaloren la condición paupérrima de millones y millones- tengan acogida y mudamente se acepten como fiel copia de la realidad. Lo que importa es vender: lo que se diga contrario a esto es demgogia y pura charlatanería. Y se vende en la medida en que haya teleaudiencia. En tanto que haya televidentes ávidos de saciar su aburrimiento, el hombre pobre será pasto de la industria televisiva. En este país el que nace pobre está condenado a morir pobre: se dice que hacer riqueza en las actuales circunstancias es tan difícil como transmutar el plomo en oro. El ascenso social que no se logra por el dinero, no se logra. Pero hay algo que el dinero no compra y, en cambio, la televisión no quita: dignidad. Quiero pensar que, incluso en la pobreza, se puede ser digno del mundo de los hombres...