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miércoles, 30 de junio de 2010

UN PARENTESIS (parte 2)

POETAS Y POETASTROS

... y como necesariamente nos sobrepasa, como es engorroso hablar de él en la extensión de un artículo, me limitaré a decir que es una suerte de mesías, un cometa que rasga el cielo de cuando en cuando y nos deja un legado comprendido en unos cuantos poemas, suficientes para que otros artistas trabajen el campo señalado y que, de no haber sido por su clarividencia, nadie habría siquiera explorado.

Hay que hacer justicia a los tiempos: este siglo es esencialmente distinto a los otros. La sociedad de consumo ha estatuido una ética mercantil que consiste en comprar productos contínuamente, incluso si no se necesitan. Como la literatura se ha transformado en una industria, quienes se dedican al verso pueden vivir de lo que escriben siempre y cuando su obra se ajuste a un requerimiento editorial, requerimiento concebido desde la teoría calculada del merchandising. Hay, también, que hacer justicia a los vocablos: no todos los que escriben poesía son poetas. Ese es el punto: se trata de balancear una ecuación. Alguien puede escribir poemas, conseguir que los publiquen y hasta recibir regalías. ¿Eso lo hace poeta? Otro puede ganar concursos de poesía. ¿Eso también lo hace poeta? Sin demeritar el valor de los concursos y de quienes los ganan (en alguna ocasión nos veremos forzados por la necesidad o la vanidad a presentarnos a alguno) ni desestimar el triunfo de los que logran el alumbramiento de la publicación, diré que se debe ir más allá de los primeros indicios. Aunque nuestro siglo es esencialmente distinto a los anteriores, el arte es el mismo siempre, igual en todos. Del mismo modo, aunque somos artistas de nuestro tiempo, no necesariamente debemos buscar lo que éste nos imponga. Es cuestión de perspectiva. Aquí es donde entran en juego ambos vocablos. ¿Quién en nuestro tiempo es poeta? Evidentemente, el que escribe poesía: la prueba son sus libros publicados y los concursos ganados. Pero ¿lo será mañana? La prueba será si sobrevive al olvido. "El tiempo es un sepulturero ecuánime: entierra en una misma fosa a los criticastros y a los malos autores" escribe Ingenieros. Para los intereses de este artículo, cambiaría el criticastro por poetastro y la idea no variaría. ¿Los poetas escriben por dinero? Para mí es inconcebible la idea porque implica dos engaños imposibles: a la musa y a uno mismo. Pero puede darse el caso: entonces aparece el poetastro.

Como en las comedias de Moliere, el poetastro se presenta en los últimos actos cuando de él se ha hablado lo bastante desde la primera escena. ¿Cómo lo imagino? Como un tipo ridículamente bajo perdido en una gabardina marrón con anteojos grandes y redondos, una boina de los años treinta y la infaltable bufanda. Se precia de escribir según el dictado de Erato cuando nunca la escuchó o decidió taparse los oídos con cera para evitar sus justificadas reconvenciones. Va de tertulia en tertulia, de festival en festival o cuanto encuentro literario figure en la guía del ocio exhibiendo premios ganados a punta de embustes versificados granjeándose la admiración general por una que otra agudeza. Como son buenos prosistas, en ocasiones escriben para alguna revista logrando cierta influencia en el medio intelectual, influencia que les servirá para el siguiente concurso. Son fáciles de identificar: sus versos exaltan lo consabido y declaman lugares comunes. Es poesía de cliché. Pero ellos son los que dominan: es el clima de la mediocridad poética. Tienen su cuarto de hora, como el ángel caído tendrá su milenio de libertad. ¿Y después? Basta con que encuentre otra afición más gratificante para que su arte sea archivado. Mientras tanto, a la vera de este escenario dantesco, se encuentra el poeta escribiendo en la proscripción los versos que renovarán su era y le darán un lugar en la posteridad. Viven ignorados para el hoy pero vigentes para el mañana. Y, en este aspecto, todos los siglos son iguales: los artistas eximios están condenados a ser celebrados así no reciban un céntimo por su obra, como suele pasar. Los titulados en Literatura o la han estudiado o están estudiándola deberían preguntarse cómo publicaron los poetas de siglos pasados, cuando la literatura no era una industria y los periódicos apenas tres páginas de imprenta. ¿Cómo publicaron? Y, sobretodo, ¿cómo llegaron hasta nosotros?

Los que sonríen cuando pregunto por el dinero en este arte deberían pensar en esto: si de buscar fortuna se trata, hay medios más económicos y maneras más rentables de conseguirlo. ¿Quieren dinero? ¿Quieren fortuna y fama? Entonces háganse actores, cantantes o modelos: eso es glamour y tener plata y admiración. En este aspecto, pasa lo mismo que con los pastores evangélicos: no hay que perder la perspectiva del llamado. O se predica por Dios o por las riquezas. Y ese es el tema del siguiente artículo...