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sábado, 29 de diciembre de 2007

CELEBRACION DE FIN DE AÑO

Se acabó el año, pero no el mundo.
En el país del Sagrado Corazón no son raros los optimismos obsesivos ni los pesimismos excesivos. Apenas se ha finiquitado el incremento para el salario mínimo para el 2008 y ya hay quienes se atreven a echar cábalas sobre lo que harán con el aumento. Según las estadísticas, poco más de cuatro millones de obreros dependen de ese incremento para evaluar su capacidad de endeudamiento o su resistencia a la escasez del metálico. Nadie sabe para quién trabaja: el año que se va fue ciertamente venturoso para los banqueros, los industriales y los empresarios (sus utilidades se cuantifican en miles de millones) aunque no lo fue tanto para los trabajadores, sus empleados. Los dueños de las máquinas se resisten a repartir las ganancias de su ejercicio contable y la ingente masa de operarios que pervive con el salario mínimo apenas tiene algo de poder adquisitivo. Sin embargo, los noticieros no se cansan de anunciar que los créditos con la banca se duplicaron y que la gente está comprando más que en el mismo periodo del año pasado. !Incipit tragoedia!.
Es esa gente la que me interesa, sobretodo en estas festividades que a todos nos tocan. Me interesa saber cómo son sus celebraciones, cómo consiguen ese autoengaño consentido de saberse el engranaje más incipiente de la productividad empresarial y sin embargo brindar con sus próximos sin mayores resentimientos. Uno va por las calles y es inevitable toparse con efervescentes saludos navideños que invitan, con cierta dosis de ironía, a "olvidar las penas". Siempre tienen un motivo para celebrar: sea un cumpleaños o un velorio, los etílicos son el más sincero acompañante de sus fanfarrias. Por eso la navidad y cuanta fiesta se señale en los almanaques se celebra mejor en el sur. En el ignoto y olvidado sur.
Al son de la música arrabalera, al tintineo de las botellas que se chocan en clara señal de concordia, los menos favorecidos son los que celebran con más hervor acaso porque sospechan sin confesarlo que no hay para su estrato socioeconómico redención posible en el reino de los hombres. Y la evidencia de tal axioma la encuentran cada fín de año cuando se los pone sobre la mesa de negociación como juguete y como pretexto: todos quieren lo mejor para ellos, pero sin ellos. Se busca -y el gobierno pone especial énfasis en tal premisa- favorecerlos de alguna manera, pero ese "de alguna manera" se les presenta como una muestra inexcusable de generosidad de los empresarios. Y, como es de esperarse, el empresario siempre tiene la razón.
Dígase lo que se diga (y no importa cuántas voces optimistas me repliquen) la situación es irreparable y las gentes comunes se han resignado a su suerete. ¿Qué queda? Celebrar, celebrar y celebrar hasta cuando se haya olvidado el motivo de la celebración. No bastan las marchas, no bastan las centrales obreras que se empeñaron en defender un aumento absurdo (dislate similar al del año pasado, que gracias a la torpeza de sus dirigentes, se pelearon entre ellos mismos y el aumento se fijó por decreto en un porcentaje que, según reconocieron los mismos empresarios, pudo haber sido mayor) no bastan las proyecciones del año próximo que prometen un desarrollo económico sostenible... si ya se hizo lo que era constitucionalmente hacer y no se logró nada, si el aumento por segundo año consecutivo se dio por decreto y tampoco el gobierno se mostró generoso, lo que queda es celebrar con brutalidad animal que año tras año tendremos que pasar por lo mismo aunque estemos condenados a ser menos felices y más productivos...

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