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miércoles, 19 de diciembre de 2007

LA BOGOTA DE LA FANTASIA

Por la Autopista Sur, más o menos hasta el elegante y decoroso barrio Villa del Río, pasa La ruta de la fantasía. Y, efectivamente, llega hasta ahí: allende sus calles comienza esa otra Bogotá innombrable que no tiene ninguna ensoñación de fantasía y todo se vuelve bardamente real. Los noticieros la revelan en todo su iluminado esplendor, es el destino turístico que pretende venderse al mundo y pasear por ella sólo cuesta veinte mil pesos a bordo de un bus de dos pisos. Por esos billetes uno puede conocer todo lo grato de la capital en la época decembrina. Un lindo espectáculo, sin lugar a dudas. Es una perogrullada fijar sus estaciones: abre la aventura inolvidable el ya famoso parque de la noventa y tres donde el distrito, como todos los años, no escatimó en bombillos y metros de cable de cobre de instalación. Sigue, si no estoy errado, el parque El Virrey; luego el parque Nacional y todo el recorrido lo acompañan centenares de bombillas enceguecedoras que convierten la fría noche bogotana en un lugar propicio para distraer la familia. La séptima, la calle que en el mundo y en la literatura definen a Bogotá como la ciudad capital, por estos días se trransforma en un río humano y el sainete se hace perfecto cuando un hombre común, fascinado por el halógeno y la pirotecnia que incendia el cielo, concluye que Bogotá es una ciudad digna de vivirse.
¿Para quién es la ruta de la fantasía ? ¿Para quién se arregla Bogotá en la navidad? ¿Para el disfrute de quién son los alumbrados y el espectáculo de la pólvora? El empleado medio, aquel que asegura la navidad al poner al alcance del gran público la mercancía que se regalan unos a otros, tiene que resignarse a ver la ruta desde la óptica falseada de la televisión sin albergar mayores resentimientos. Por esta época su trabajo se duplica y acepta gustoso la sobrecarga laboral porque eso le asegura un ingreso extra que en meses anteriores no lograría. También tiene hijos, también tiene familia, pero su gesto cuando salmodia el "felíz navidad y próspero año nuevo" es totalmente distinto al del resto de sus paisanos: el suyo revela cierta renunciada resignación que debe simularse porque es mucho lo que está en juego. Aunque vive también en Bogotá, su ciudad es realmente distinta a la que anuncian los folletos turísticos. Su ciudad es la Bogotá profunda donde lo bonito se pone en entredicho y se prefiere ignorarla o apenas insinuarla en una conversación. Es en estos eventos donde uno constata el insalvable abismo que hace diferencia entre unos y otros; es en navidad donde se revela no sin cierta dosis de patetismo la existencia de una ciudad dentro de otra ciudad. La de la gran mayoría (la Bogotá profunda, la Bogotá de los linderos, la construida a las faldas de las inciertas lomas) no concede licencias poéticas ni evocaciones líricas a esa otra Bogotá (la bonita, la que fue escalafonada al lado de Londres como destino turístico, la del paseo, la presentable) que pretende con su silencio borrarla. De ahí -aunque no se diga expresamente- que la ruta de la fantasía sea exclusiva: llega hasta donde se corre el riesgo de conocerse su cara fea. No deja de ser curioso que la pólvora se haya prohibido cuando se hace atractivo ver la fastuosidad con que se quema en tanto se avanza en la ruta.
Me es inevitable en estas líneas la nostalgia de la diferencia. Es un contentillo repulsivo la pretensión distrital de incorporar a la ruta sectores como El Tintal o el mismo Villa del Río y pasear por ellos como en un safari. La gente de los buses -que ni en el más alucinado de sus sueños se atrevería a bajar de la setenta y dos- lo ve todo con ojos descubridores. Y al tanto que transitan por esa jungla abigarrada del sur sienten cierto alivio hipócrita al no pertenecer a ella y se regocijan con fruición por su buena estrella. Para ellos la ruta es, también, un ejercicio pedagógico: los que ven a través de los cristales es una clara advertencia sobre los consecuencias de la falta de empleo o la mala educación. Y pienso: "Qué distantes estamos unos cachacos de otros"...

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