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miércoles, 5 de diciembre de 2007

NAVIDAD SIN REGALOS NO ES NAVIDAD

Allá, en el norte, los yanquis celebraron con gran pompa lo que el comercio insiste en llamar viernes negro: las pantallas de televisión no transmitían otra imagen que la asonada de compradores desbordando tiendas y supermercados acabando, como una plaga de langostas, con cuanta oferta se cruzara por su camino. En Hong Kong, cientos de kilómetros a la distancia, la situación no fue distinta: los comerciantes adoptaron sin atender las rigurosas disposiciones de su folklore el calendario gregoriano y tuvo tal éxito su pretensión que vieron, a las puertas de sus grandes superficies comerciales, legiones de compradores esperando que el reloj marcara las doce. En China y otros tigres asiáticos el fenómeno se repitió y el mundo entero cayó en la cuenta que, gracias a una alquimia desconcertante, la navidad es una fiesta indiferente al credo y la cultura y no dura un mes, sino dos. En una brillante estrategia publicitaria -la más eficaz, si juzgamos sus resultados- los gringos hicieron las cosas a su imagen y semejenza y pusieron a girar en torno suyo un mundo ávido por vestirse, hablar, comer, incluso comportarse, a lo occidental. Es necesario transigir en sus términos, hay que pensar en inglés, y concebir una empresa bajo los estatutos de la competitividad; incluso nos enseñaron la ciencia mistérica del merchandising donde los yuppies de hoy -petímetres de universidad costosa- ensamblan altisonantes discursos con clichés traidos de los cabellos cuya sofisticación consiste en que saben a América. No es raro, en ese marco económico-cultural, que la sociedad y sus componentes se mire desde las estrechas márgenes de una cuenta "T": como es de esperarse, no se pueden permitir pérdidas en metálico.
El mundo se ha occidentalizado y nosotros con él. Demasiado, diríamos los provincianos de un imperio del que somos enteramente dependientes. Pero tal dependencia no se debe del todo al flujo de remesas o a la inversión de los dólares; se debe a esa paternidad ideológica que nos resistimos a reconocer y, sin embargo, nos determina. Nos es impensable una navidad sin compraventa, incluso no consideramos celebración a aquella donde no se pueda sobornar un sentimiento con los dos pesos de un detalle callejero. El día de la madre, del padre, del niño... se celebra con un regalo, o no se celebra. Y los regalos, claro está, los entrega el bonachón anciano de rojo y blanco, de largas barbas de nieve y mejillas rozagantes que Coca-Cola creó hace mucho, en el norte se llama Santa Clauss y en Latinoamérica Papá Noel. El trae la navidad con los regalos y su eficacia es tan bochornosa que se adelanta casi un mes...

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