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jueves, 13 de marzo de 2008

MUJERES QUE RECLAMAN RESPETO

Nota aclaratoria: Si esta noche "Mujeres Luchando por el Respeto" resulta ser la iniciativa de una ONG o un grupo de mujeres en procura de un mejor trato por parte de nosotros, no lea, por favor, este artículo. Si, por el contrario, no es más que una campaña publicitaria que pretende lanzar al mercado otro producto, como los muchos que abarrotan los estantes de los supermercados o otra tediosa telenovela sin argumento ni trabajo artístico, léalo.

Entonces, era un producto más.
Simple y llanamente un producto.
Un vulgar producto, como un calcetín, un sacacorcho o un nuevo retrete.

Todo iba bien hasta el momento en que la secretaria de Alejandra Maldonado (la actriz, de la que no recuerdo el nombre, no ha podido dejar de interpretar su papel en la ya finalizada telenovela "Hasta que la plata nos separe") anunció la llegada de un producto que todas las mujeres amarían. Tal comercial -que pretendía, quizá con las mejores intenciones, parodiar el bien elaborado del champú para hombres; parodia que degeneró en un burdo remedo en el cual lo gracioso y lo artificioso se pierde dejando, en su lugar, la muestra fehaciente de la falta de seso de una actriz que quisiera ser comediante sin lograrlo- prometía una iniciativa sin parangón en la historia reciente del país por parte de un grupo de mujeres para lograr que nosotros, los hombres, las tratáramos con el respeto que sobradamente se merecen. Los comerciales posteriores avalaban mi expectativa: presentaban diversos tipos de hombre y comentaban cuál sería "el hombre perfecto", aquel conveniente para tener hijos y fundar una familia. Pero la expectativa reculó a la sospecha al apreciar con detenimiento los antecedentes de otras campañas anteriores: todo ese aquelarre en torno al hombre perfecto no debe ser más que otro champú, otro gel o incluso otra telenovela, que a su modo es un producto más.
No condeno ni celebro esa manera de hacer publicidad: se trata en todo momento de volcar la atención de un consumidor sobre un frasco o un paquete. En esos términos, es lícito. Lo vergonzoso es la tan denunciada por las feministas utilización de la mujer como mercancía y de sus principales aspiraciones como slogan de una marca. Y más vergonzoso aún, para rematar, el que sean las mismas mujeres las que se presten para la mercadería y no se quejen por ello. Cuando una hermosa silueta bañada por el sol de la playa se presenta al lado de una cerveza no faltan las indignadas mojigatas que protestan a mordiscos y arañazos; pero cuando la publicidad se hace enarbolando postulados feministas defendidos en las últimas décadas ninguna de ellas levanta siquiera una réplica. Son dos escenarios distintos, pero el principio es el mismo: la mujer sigue siendo mercancía. Esta vez, con su anuencia e incluso su simpatía.
¿Por cuál respeto luchan esas mujeres, si en su proclama emancipatoria de un mundo marcadamente masculino se advierten los mismos defectos que denuncian? Su denuncia cae de su peso en el momento que se igualan a los hombres en sus procedimientos: para hacerse escuchar usan la publicidad propagandística que vende al género femenino como mercancía. Hablan y actúan como hombresemulando su gesto negociante y su actitud mercantil. Estoy persuadido de esto: ni en este mundo ni en los otros, ni en el actual ni en el venidero, puede encontrarse un hombre que como yo ame a las mujeres. Son ellas mi religión y a ellas debo las más hilarantes líneas de mi torpe pluma. Nadie como yo puede entenderlas porque pugnan en mí los antagonismos milenarios del querer nunca satisfecho y del amar siempre buscado y siempre postergado. Por eso veo con un dejo de tristeza la transacción monetaria que se hace con su grito de independencia. Lejos de exigir el tan mentado respeto, lo que logran es recabarlo, pedirlo a rodillas. Lejos de presentarse commo merecedoras de tal respeto, lo hacen como el mendicante, que se contenta con unas cuantas monedas. Esa campaña publicitaria -estoy seguro, debe serlo- no representa a la mujer que provoca con su mirar altivo y su aire soberbio el respeto que no precisa ser reclamado, ese que se da, simplemente.
Con todo, es verdad eso que se dice: que el mundo está diseñado para las mujeres. Baste, para probarlo, el arte: todo se subordina a su femenil encanto. Aquí Arjona y los poetas son más elocuentes. En su indescifrable mirada, el contoneo de sus caderas y su reir embriagante está asegurada nuestra supervivencia como especie. No me imagino, al igual que Borges, un mundo sin libros; pero tampoco sin mujeres. Mujeres: "la mujer no existe, existe son las mujeres" escribe Schopenhauer. "La mujer desnuda es la mujer armada" convincentemente y con razones irrefutables escribe Vargas Vila. Incluso un poeta de nuestro tiempo, Juan Manuel Roca, expone su veredicto en Boca que busca la boca: "se convierte a quien se ama en confesionario de nuestros sueños más secretos". Por eso no debemos dolernos cuando alzan su mano, así sea contra nosotros. El Quijote, sobre esta cuestión, dictamina que no es afrenta los vituperios provenientes de una mujer. Diría que es una caricia, expresada en otros terminos. Y es nuestro deber como hombres entenderlas a pesar de todo, incluso cuando se prestan para esta clase de sainetes...

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