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viernes, 18 de abril de 2008

DESDE ABAJO (III)

¿Qué es lo que empobrece a la gente?
Una prólija mirada a las ideologías sociales es suficiente para constatar el desacuerdo irreconciliable que ha dividido a los hombres de nuestro tiempo. El capitalismo responde:"los pobres son pobres porque son perezosos" mientras el socialismo les replica:"son pobres porque los ricos los oprimen". Sin pretender tomar partido -lo cual es una completa y absurda ridiculez- diré que ambos tienen razón: son pobres por pereza y opresión. La una lleva a la otra; la instiga, por decirlo así. No puede ser culpable un hombre hábil de su habilidad ni un ingenioso de su inteligencia. Llámese manada, redil o rebaño, un grupo siempre reclamará un pastor. Y hay quienes atienden ese llamado. Se trata de interpretar un sentimiento colectivo y encarnarlo o aparentar encarnarlo, como suele ocurrir. Maquiavelo: "Los hombres son tan simples y se sujetan en tanto grado a la necesidad, que el que engaña con arte halla siempre gentes que se dejen engañar". Incluso con complacencia, con fruición, agregaría yo. Es la osatura de la historia política de América Latina: la pobreza es el campo fértil del caudillismo.
¿Oligarquía? De tanto que esa palabra se ha usado, ya comienza a sonar sospechosa. Jorge Eliecer Gaitán tenía credibilidad al pronunciarla sin caer en gratilocuencias risibles: él fue el caudillo. Murió el hombre y nació el mito. ¿A quiénes se refieren los socialistas, los que se han arrogado el derecho de pronunciarla? A los ricos, por supuesto. Pero sus discursos, infestados del argot de su doctrina, delatan la vacuidad de sus ideas en la medida que demuestran las honduras de sus convicciones quijotescas. Llevamos siglos hablando de oligarquías y arengando contra ellas con la pasión propia de aquel descubridor de verdades redentoras y las oligarquías siguen ahí: unas veces instaladas en el poder, otras a su bienhechora sombra, pero siemprre presentes. Tanto en la paz como en la guerra. En una guerra las primeras filas se engrosan de hombres pobres obligados más por necesidades digestivas que por una razón de patria mientras los oficiales dirigen la maquinaria bélica a través de un radio desde el confort y la seguridad de un búnker. Es sabido que es más difícil reemplazar a un oficial que a cien hombres, por lo que la fría lógica deduce que un hombre vale por cien. Así las cosas, se comprende por qué la carrera de oficial vale tantas veces más que la de un subalterno: los soldados rasos no necesitan curso para empuñar un fusil. Y son, a la sazón, las bajas más cuantiosas. Y como son muchas, son menos dolorosas y se suplen con facilidad. El ejército de cualquier país es el ejemplo más explícito de la abismal diferencia que zanja a una sociedad. ¿Vale la pena morir por algo así?.
Pero volvamos a la oligarquía. El bienestar de unos pocos garantizado en el sudor embrutecedor de muchos. Generaciones y generaciones que detentan ese estado y lo convierten, pasado el tiempo, en derecho. "El temor más grande de un rico es el pobre: que llegue el día que éste reaccione y lo despoje" suelen decir algunos con un dejo de nostalgia. Mientras escribo estas líneas muchas cosas pasan por mi cabeza sin que atine a encasillarlas en palabras para poder escribirlas. Y esto es así, porque cada una se me presenta con un signo de interrogación. El concepto de justicia social -tan pregonado en la administración de Pastrana- me es incomprensible, acaso porque en cada campaña electoral sale a relucir y además comporta una serie de contradicciones insalvables en la práctica. No sé a qué se refieren cuando lo mentan, menos aún sé qué significa o qué quieren que signifique. No sé qué pretenden cuando reclaman equitatividad entre ricos y pobres (recuérdese que en la discusión del salario mínimo, Uribe recomendó a los empresarios, industriales y banqueros repartir algo de las utilidades que el mejor de los últimos treinta años, en términos financieros, les dejó a sus billeteras. Sugerencia a la que respondieron con un paupérrimo seis por ciento...) Y porducto de esta discusión no falta el idiota enardecido por demagogos de villorrio que se levanta en medio de la reunión y grita la falacia más grande: ¡abajo la oligarquía!.
¿Hasta qué punto podrá ser sostenible la escisión irreparable entre unos y otros? Y cuando se fracture, ¿qué sucederá? ¿Una revolución, como lo quieren unos? Concuerdo con Heiddeger: el mundo está cansado de los ismos y las revoluciones. Son preguntas delicadas, inquietantes, que hallarán respuesta pasado el tiempo. Pero, ¿cuánto tiempo?...

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