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martes, 6 de mayo de 2008

ESCRITOS PROHIBIDOS (I)

"Los hombres no son amigos de las mujeres" no sé quién lo ha dicho, pero dijo acertadamente. Los hombres no vemos en las mujeres más que una línea oblicua desde sus senos hasta su trasero: entre más inclinada, más nos interesa. De ahí que muchas niños le deban su autoestima a la turgencia de sus atributos naturales; de ahí, también, el que no pasen inadvertidas en el trato diario, que es la mayor ofensa que se les puede hacer. Una mujer que no inspire un mal pensamiento está condenada a ser invisible en el escenario social: la amabilidad halagueña que les tributamos también es otra forma de decirles: "Quiero acostarme contigo". Unos lo dicen expresamente sin necesidad de tanto protocolo; otros, por el contrario, recurren al cuento de Caperucita Roja y en vez de abuela se disfrazan de hombres buenos. Esos son los peores.
Un hombre bueno. ¿A qué aspira? Poseer a una mujer mediante su disfrazada humildad, atraerla con la hipócrita máscara de la longanimidad, seducirla y hacerla suya con el chantaje que supone ser un alma buena. Pero se equivocan: en eso consiste su error garrafal y la más hiriente discordia con ellos mismos que se empeñan en velar a los demás. Queriendo acostarse con una, recurren a la artimaña de hacerse amigo de ella, ser su confidente, ganarse su confianza para finalmnte pedírselo, pero se quedan a la mitad del camino gracias a su torpeza: son ese mejor amigo que toda mujer tiene y con el que nunca piensa tener siquiera un mal pensamiento. Para su infortunio, el pasto de su envidia son los otros, los que se atreven, los donjuanes, los buenavidas. Están condenados a dejar hacer y dejar pasar. Como los hambrientos, ven desde la puerta el pan caliente y fresco que no saciará su hambre y está destinado a paladares sibaritas. Y para rematar, su falsaria amistad los obliga a escucharlas, a ficcionar con el labio escurrido las ardientes faenas que sus amigas les relatan con vivo detalle y ellos se mueren por protagonizar. Viven cerca de ellas, no las pierden de vista ni por un segundo, sólo para agudizar su envidia irreparable: presencian impotentes cómo otros seducen y conquistan mientras su líbido se consume todas las noches entre sus manos y sus sábanas gracias a su cobardía.
Los solapados: quienes no descubren sus intenciones sino hasta muy entrada la noche y amparados con el pretexto de las copas de más. Los taimados: quienes miran a las mujeres con deseo manifiesto y acuden al juego de las culpas para debelarlas y calmar su antojo irascible. Se equivocan ellas al creer que un hombre puede ser su amigo: sólo se espera, al acecho, el momento de la debilidad para devorarlas. Y las mujeres son propensas a esos momentos: se podría decir que su naturaleza las traiciona más a menudo de lo que se piensa. ¿Es posible la amistad? Sólo si entre ambos hay una genuina apatía. Pero eso no lo perdonan ellas: su señorío consiste en nuestro deseo. Nos equivocamos nosotros al creer que ellas ignoran toda esta tramoya: lo saben muy bien, tan bien que no pocas veces un hombre ha sido manipulado sin advertirlo. Ha sido conducido como el borrico que a través de la trocha persigue la zanahoria que lleva el campesino en una caña de pescar. Saben que en ellas está nuestra pasión, el anhelo más ferviente, la fruta de la tentación, la perla de gran precio, el vino que mejor sabe, el más placentero de los tormentos, nuestra auténtica fe religiosa. Saben, también, cómo administrar su señorío: en todop momento es quien decide. La mujer, la diosa.
El hombre bueno, el hombre de mi aversión. En lo personal, mi lástima es para aquellos que, deseando a una mujer, urden una compleja trama de amistades, sentimentalismos y falsos requiebrospara lograr lo que en una sutil pero sagaz charla se podría finiquitar por medios más económicos. Y los aborrezco porque las hieren, las engañan, las malogran, las hacen desconfiadas. Vargas Vila: "La mujer nace buena y el hombre le pervierte el corazón; nace confiada y el hombre la hace recelosa; nsce leal y el hombre la lleva a ser pérfida; nace pura y el hombre la marchita. ¡Después la culpa!" A Vargas Vila lo citaré a lo largo de estos artículos...

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