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domingo, 20 de junio de 2010

¿QUIEN ESCRIBE PENSANDO EN DINERO? (III)

EL CASO DE LOS POETAS
¿El dinero está presente mientras se escribe?
Probablemente sea, en el mundo de la literatura, el poeta el individuo más miserable que exista. No sólo debe exponer su trabajo al gusto público y esperar su anuencia sino también lidiar con el gusto propio en una tarea que produce poco y espera mucho. Eso explica por qué la industria editorial los ignora, apeteciendo los otros géneros. Un prosista -llámese novelista o cuentista- puede abrigar la esperanza de vivir de sus letras, pero un poeta que comparta semejante ambición es apenas comparable a un mendigo o a un idiota. Por eso los poetas escasean o se dedican a otras tareas para subsistir. El oficio del poeta es doblemente difícil: antes de pensar en los otros -el gran público- debe pensar en sí mismo y tejer versos que no lo defrauden. Apenas termina un poema, debe leerlo dos o tres veces, luego leerlo en voz alta saboreando el ritmo, la cadencia, la métrica, la dicción...es difícil, lo repito, quedar plenamente satisfecho con el verso terminado: siempre se queda con la sospecha de hacerlo mejor. Cuando se decide a presentarlo, lo hace entre unos cuantos amigos que lo conocen bien para que su cariño fraterno compense las falencias del verso y el vuelo alígero de la inspiración primera.
Uno escribe poesía para el disfrute propio, muchas veces para soltar la mano y dejar en un papel perdible aquello que no precisaría leerse en una tertulia; otras, no menos santas, para alguna muchacha que nunca sabrá apreciarlos. Acaso sean versos flamígeros como los de Machado o Martí, delicados como los de Silva, juveniles como los de Neruda en su archiconocido poema... pero ninguno de ellos tuvo en mente ponerlos en circulación y mucho menos cobrar por escribirlos: la poesía es un arte secreto que, pasado el tiempo y madurado el criterio, se vuelve proscrito. La poesía está destinada al cajón del escritorio: por pudorosas razones, éste no debiera abrirse. Es por esto que hay poetas que se resisten a serlo y detestan que así los llamen. En mi opinión, hacen bien. Causa simpatía la imagen de un poeta que peregrina por las editoriales con un texto torpemente mecanografiado: su actitud es antinatural. Los versos de los que es capaz están destinados a la posteridad, la gaveta o la basura. En poesía, especialmente, no hay términos medios. ¿En qué momento piensa en dinero? Para un poeta, la sola insinuación es repudiable. Y tiene que serlo, porque su trabajo es inspirado. Se debe hablar como los grandes y hurgar en el sentimiento para que las palabras, como un pozo petrolero, estallen de súbito y conformen el poema. Es curioso: los poetas que hoy celebramos, publicaron por diversas razones, menos por las financieras. El caso que me viene a la mente es Jorge Isaacs: aunque su obra no es propiamente poética, su destino sí que lo fue. Después de enriquecer a muchas editoriales con su María, sólo recibió algunas regalías que no pagaron un entierro decoroso.
Por eso el poeta no busca lucrarse de su talento. En literatura, el caso del poeta es la apuesta más alta. Se deja todo sobre la mesa a sabiendas que la ruleta es caprichosa. Entonces ¿cómo es posible la poesía si no se paga a ella misma? O una pregunta más seria, definitiva: ¿es pensable un poeta de tiempo completo? Personalmente, no he visto el caso. Pero es posible. ¿Cómo? Solamente de un modo: por el genio. ¿Es pensable un genio poético? Personalmente, sí he leído el caso. ¿Dónde? Hay que ver los anaqueles de poesía de las librerías y apreciar las obras inmortales. Pero incluso el genio no está exento de las dificultades prosaicas de sus cofrades, los prosistas. ¿Por qué? Porque ni siquiera el genio poético puede lograr un consenso. ¿Cómo es eso posible? Volvemos a mirar los anaqueles: hay simpatizantes y detractores de tales obras. En este escenario nada apocalíptico el poeta está sentenciado a pasar inadvertido con su obra torpemente mecanografiada y, en el mejor de los casos, guardarla para una mejor ocasión. A veces los publican, claro...

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