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viernes, 11 de enero de 2008

MEMORIAS QUE SE RECUPERAN

Contrario a la opinión general, nuestro defecto como nación no consiste en la desmemoria sino el descreimiento; no concuerdo con Ingrid Betancourt cuando en su prueba de supervivencia (un video casero hartamente divulgado los últimos días que usan para promocionar el especial periodístico titulado Colombia Viva y que pretende hacernos recordar lo que quisiéramos nunca hubiera sucedido) se lamenta de que a los colombianos se nos haya endurecido el corazón. Ni lo uno ni lo otro: las multitudinarias marchas que se han llevado a cabo no sLlo en Bogotá sino a lo largo y ancho del territorio nacional clamándole a la guerrilla la liberación de los secuestrados son muestra irrefutable de una solidaridad que difícilmente nos excluye de su calamitosa situación. La memoria periodística de los principales sucesos de los últimos veinticinco años, además de cumplir su objetivo -llevarnos a la recordación- nos da algunas luces para entender un poco esa actitud defensiva que consiste en ignorar hasta donde sea posible las consecuencias de una violencia histórica que se inició en los campos, se nutrió en los odios partidistas de mediados de siglo y terminó por convertirse en el más condenable terrorismo que hoy nos flagela. Incluso uno alcanza a comprender (pero nuinca a justificar, claro está) la profunda desconfianza que las guerrillas de las FARC y el ELN le guardan a la clase gubernamental. Dos ejemplos son suficientes. Sobre el exterminio de la Unión Patriótica nadie se ha pronunciado: los asesinatos permanecen en la impunidad y la investigación sobre ellos (si acaso está en curso) se encuentra enfangada en los juzgaods o sepultada bajo mamotretos de expedientes. Por otro lado, el proceso de paz que llevó a la desmovilización del M-19 -proceso que culminó en la fundación del partido político AD-M19, movimiento que poco a poco fue despedazado porasesinos de ultraderecha- la única garantía que les ofrece es el incumplimiento por parte de gobiernos pasados de lo pactado y su posterior exterminio, que nadie se ocuparía en esclarecer, siquiera en investigar.
El último cuarto de siglo de historia colombiana ha sido escrita con sangre: de héroes, de mártires o simples víctimas anónimas del conflicto. Cinco períodos presidenciales -desde Belisario Betancourt hasta Andrés Pastrana- aportaron poco o nada a la pacificación del conflicto; contribuyeron, en cambio, a agravarlo. Por eso no es fortuito que mi generació se muestre reacia a la política; menos aún lo es la actitud aparentemente indiferente hacia los flagelos del secuestro y el terrorismo. Hemos sido solidarios con los rehenes y sus familias al llenar plazas vistiiéndolas de blanco con pañuelos y pancartas como para que hoy se nos tache de indolentes. Hemos hecho lo humanamente posible para su liberación, hemos hecho lo qeu nos corresponde como ciudadanos y como seres human0s que comparten una tragedia común, nos hemos pronunciado de mil maneras y expresado en todas las manifestaciones habidas y por haber. Y habiendo agotado las posibilidades, nos resta esperar lo que puedan hacer nuestros representantes democráticamente elegidos.
Si bien es cierto que el legado de los últimos presidentes no ha sido tan grato, también lo es que tal increencia y tal desconfianza se ha rescindido con el actual gobierno. Alvaro Uribe Vélez ha salvado de un saldo negativo la historia política más reciente: fue él quien nos devolvió la confianza perdida gracias a su férrea actitud hacia las guerrillas y a su bien organizado sistema gubernamental que, literalmente y sin caer en desaforados optimismos, le ha dado un rumbo al país. El presidente Uribe se ha inscrito en la historia colombiana con tinta imperecedera, además de su reelcción, por instaurar un orden que recibió en entredicho. En ese momento a las puertas de un fracasado proceso de paz, los candidatos presidenciales tuvieron que capitular ante las FARC su eventual elección acordando continuar un diálogo ambiguo que se dilató por muchos años, pero sólo Uribe Vélez rotundamente se negó a firmar papeles con la guerrilla. Con eso se ganó mi repeto y mi voto, y no sólo el mío, sino el de millones de colombianos que no vacilaríamos en reelegirlo de nuevo. Fue en ese instante, cuando el entonces candidato definió sin ambages lo que sería la médula de su proyecto de gobierno, la política de Seguridad Democrática, donde el descreimiento típico del colombiano común y corriente se transformó en convicción cercana al fanatismo. La memoria de veinticinco años atrás, lejos de decepcionarnos, nos llena de renovados ánimos para continuar con un clamor que hasta ahora comienza a rendir sus frutos más apreciables: hace unas horas, con gran despliegue periodístico tanto nacional como internacional, Clara Rojas y Consuelo Gonzalez de Perdomo fueron liberadas. El corazón endurecido al que Ingrid Betancourt se refiere, cuando sea liberada, verá que se ha reblandecido gracias a un gobierno "de mano firme y corazón grande"que, esperamos, se lance a un nuevo periodo presidencial. Con Uribe, hoy más que nunca...

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