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sábado, 5 de enero de 2008

SETECIENTAS LETRAS

Sólo la absoluta semejanza de setecientas letras de un código genético es lo que se nacesita para garantizar la buena voluntad que se disputan hombro a hombro el gobierno colombiano y la guerrilla y sus simpatizantes. Un niño guarda en su naturaleza la credibilidad que al gobierno tanto le ha costado defender y a la guerrilla tanto le ha costado recabar frente a la comunidad internacional.
El presidente Uribe excepcionalmente se jugó su prestigio ante el mundo cuando hace días reveló la probabilidad de que Emmanuel no estuviera secuestrado sino en un hogar de paso del Estado. Y eso ya hace dos años. La guerrilla, a través de sus voceros internacionales, negaron tal posibilidad arguyendo que, en efecto, ellos tenían al niño y que el gobierno, con tales argucias, estaría orquestando la existencia de dos Emmanuel. Así las cosas, la cuota de credibilidad de ambos bandos está sobre el tapete: sólo se precisa una prueba genética para desmentir a uno y ratificar a otro. Pero, a diferencia de lo que se piensa, la prueba es lo de menos: hay quienes dicen que, al no practicarse en la madre secuestrada, la confiabilidad no es del cien por ciento y, por tanto, cabe el beneficio de la duda. Lo verdaderamente importante es que hay un niño en el universo que es el hijo de Clara Rojas, que está en algún lugar de Colombia -ya sea en la espesura de la selva o en un hogar de paso- y que ese niño le dará o al gobierno o a la guerrilla, la confianza de hablar con la verdad.
Dejemos atrás cualquier tipo de coincidencia que se pretenda tejer con relación al niño y las circunstancias del cautiverio y olvidemos las casualidades fortuitas de la entrega en lancha de un crío maltrecho por las enfermedades tropicales porque todo ello puede caer en una inocente muestra de ingenuidad si la ciencia genética dictamina un resultado negativo. Ante una prueba de semejante seriedad (y es bien sabido que nadie en sus cabales puede siquiera controvertir lo que es un hecho científico) no caben alegatos ni demagogias: incluso Chávez reconoció que, si Uribe tenía razón, la guerrilla se vería obligada a rendir declaraciones, principalmente, frente a sus simpatizantes. Y en el supuesto de que el niño sea Emmanuel, la ciencia genética no sólo corroboraría su identidad sino también, de paso y sin quererlo realmente, evidenciará la crueldad con que los grupos armados ilegales operan en Colombia: Emmanuel fue entregado a un campesino que ya mantenía una camada de siete niños y su salud estaba tan seriamente comprometida que fue obligado por su conciencia paterna a llevarlo al hospital. Y en el hospital los médicos, espantados, tuvieron que remitirlo a la capital porque no disponían de los elementos ni los medicamenteos para tratarlo adecuadamente. Los informes médicos fueron leídos el mismo día que Uribe anunciaba su posibel identidad y apenas era concebible el horror que nos causó.
Esa crueldad de la guerrilla con los secuestrados -en los que no difieren si son adultos o niños- es la que aún permanece en la penumbra para una parte considerable del mundo, parte que simpatiza con su "causa" y que incluso vende gorras y camisetas para financiarla. Los países del resto del mundo están enseñados a ver desde la frivolidad del cine comercial hollywoodense la situación de terrorismo y narcotráfico que signa la historia colombiana sin sentir por ello la menor aflicción. Pero aquí es donde ponemos los muertos, aquí donde estallan las bombas y aquí donde consolamos las madres que esperan un video o una carta de sus familiares secuestrados. El gobierno del presidente Uribe se ha empeñado, por todos los medios, en denunciar tales atrocidades al tanto que la guerrilla, haciendo uso de sus contactos, hace lo propio desmintiendo las acusaciones. Uno y otro litigio ha interesado al mundo atrayendo tanto colaboradores como detractores. Sólo un hecho concreto, como el de Emmanuel y su deplorable trato en los inicios de su vida, ere necesario para que ese mundo a la luz de la evidencia tome una decisión y sin más consentimientos exija de la guerrilla la sinceridad de un diálogo de paz o una muestra final de su decisión bélica.
¿Quién tiene la razón: el Estado o la guerrilla? El que tenga a Emmanual, ese tiene la razón.

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