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viernes, 22 de febrero de 2008

SALTEADORES DE ESTRELLAS A LA VISTA

A Karina Soto, Farina y Julio
Salteadores de estrellas con suerte.

Si algo nos trajo la moda del reality fue esa procaz ambición de figurar, ambición que incesantemente roe las entrañas de las gentes sin nombre y las empuja a las mayores ridiculeces posibles. Si algo nos enseñó tal moda fue, al decir del corrido: "Sin talento no busques grandeza, porque nunca la vas a tener".
El Canal Caracol por estos días está reviviendo esa moda importada. Esat vez, se trata de una coreografía cuya música artificial anuncia uno de usu productos de mayor rating seguido por millones de jóvenes en todo el continente, que varían en sus gustos casi tan rápido como las modas con que se adornan. Incapaces de erigir por sus ptopias manos un derrotero o, por la menos, seguir una idea hasta sus ultimidades, hallan en la predilección de los muchos el analgésico adecuado a su ineptitud espiritual. Pero eso es lo de menos: la oportunidad de ser fisgoneado por una cámara está a su alcance y ella, la que levanta y derriba ídolos, sólo precisa de sus adoradores la patética algarabía que acompaña sus fútiles sueños. Veremos, como años atrás lo vimos cuando la novedad del reality estaba en su cenit, interminables filas de gentes rodeando manzanas que buscar trepar con arañazos a la falacia del mundo del entretenimiento poniendo todo su empeño y toda su fe ( si a su actitud supersticiosa se le puede llamar fe) en los diez o quince minutos que la cámara les concede para demostrarle al país y de paso a ellos mismos que merecen el aliento irreprochable de la providencia y que su vida no está del todo desperdiciada.
Participar del mundo de los hombres, Vivir, en el sentido más amplio del verbo. Degustar con paladar saludable el arrobo divino de la autosatisfacción. Disfrutar con sano deleite el requiebro de la mañana y regocijarse en él, abandonerse al olvido de sí mismo sin que nuestras entrañas nos reclamen ese eventual acceso de locura... todas son sensaciones reservadas para quien se sabe predestinado a la gloria. Lo trágico, lo verdaderamente dramático ocurre cuando ese delirio del arte es usurpado por las gentes del mercado y tales tenderos abusivamente lo convierten en patrimonio de la humanidad. Entonces tal beatitud se vuelve frívola y su goce, antes catártico, se torna obsesivo a tal grado de hacer lo que sea por obtenerlo:es el momento de los salteadores de estrellas. Que haya una explosión inusitada de "talento" para modelar, cantar o actuar se debe a esa aspiración primitiva de posarse sobre los demás y demandar su simpatía y sus aplausos. Esos eventuales avivamiento de sueños son tan rentables y sus utilidades tan jugosas que se pueden amasar súbitas fortunas moviendo las fichas claves en el ajedrez del mercado televisivo: la gente quiere ver que uno -al menos uno- logra lo que a la masa le es imposible: hacer realidad el sueño de la cenicienta. Pero los cuento, cuentos son, y el tiempo, que es un sepulturero ecuánime, nos enseña que la cenicienta está condenada ab aeterno a desaparecer del salón a las doce y continuar con su irremisible servidumbre.
En estos tiempos todos tienen talento. Es una enfermedad, como la peste. Y, como la peste, puede ser contagiosa. No demoren los días en que uno vea multitudes de parapocos acampando en las aceras por dos días a la espera de una audición redentora de su miserableza, en que vea de aquí para allá improvisados danzarines y cantantes a capela aullando lo mejor que pueden para convencer al jurado, al omnisciente y todopoderoso jurado. La gente (sobretodo los adoradores, los que pasan horas enteras frente al embrujo de la pantalla codiciando lo que ni el mejor de sus sueños les daría) tiene más hambre de fama que de pan. Nunca fue tan evidente, en ninguna época, la repulsa que los muchos sienten al anonimato, al morir sin que se sepa que existieron. Pero eso no es lo reprochable. Lo es, por el contrario, la forma como quieren alcanzarlo: por el ridículo.
Se acercan nuevos tiempos de salteadores de estrellas. Por cada mil hay (debe haberlo: es exigenciala excepción para validar la regla) por lo menos uno que lo logra. Y cuando lo logran ponen de manifiesto toda la pobreza y el trago amargo en que se desenvolvió su vida hasta el momento que se les apareció la virgen: procuran cargarse de cadenas de oro, joyas y ropa de diseñador. Lejos de inspirar mi respeto o mi admiración, me provocan arcadas insoportables. Aquel que no era nadie y ahora, gracias a un día de suerte, es algo; aquel que de la nada salió y gracias a su talento (repito: no hay nada tan plástico y artificioso como lo que llaman talento de artista de reality) logró vencer las adversidades y conquistar su sueño; aquel que alcanzó una estrella... es demasiado. A veces los productos de televisión nos exigen demasiada paciencia, autoengaño, consentido fingimiento cercano a la hipocresía actoral. Por eso he dejado de ver televisión.
Dichoso yo y los de mi generación por haber nacido en la época en que nació Isabel Mebarak y la vimos surgir, la vimos ascender a esas alturas inaccesobles desde donde nos regala la exquisitez de su prodigio artístico...

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